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Análisis - 22 mayo, 2018

El juego de las obstinaciones

El abogado Carlos César Silva presenta un análisis político de las elecciones presidenciales del próximo domingo, donde ilustra sobre cómo se vienen moviendo las campañas y las posibilidades que están tienen de ganar, más allá de las encuestas.

El 27 de mayo se realizarán las elecciones presidenciales. Según las distintas encuestas, habrá segunda vuelta. Duque y Petro son los favoritos para disputar esa fase definitiva. Por supuesto, será un enfrentamiento fulminante entre dos extremos políticos: Derecha vs. Izquierda. Desde ahora se vislumbra un panorama agobiante: la polarización se profundizará, los estigmas terminarán de deshumanizar el debate democrático y el miedo se afianzará como el argumento más poderoso.

Duque, llevado de la mano por Uribe, su mentor, aglutinaría a la elite política y empresarial del país. Petro, a pesar de su soberbia, consolidaría a su alrededor a los diferentes sectores alternativos: a los Verdes, al Polo y a una fracción del Partido Liberal que apoya con ahínco el proceso de paz. En ese último tramo hacia la Casa de Nariño, Duque tendría cierta ventaja sobre Petro porque contaría con el auspicio casi absoluto de aquellos que siempre han manejado el poder burocrático, electoral y económico en Colombia.

Para equilibrar la balanza en la segunda vuelta, Petro tendría que matizar su discurso de confrontación social, aproximarse al sector empresarial con un mensaje de tranquilidad y despegarse de su actitud mesiánica, caudillista: la democracia no exige redentores, sino que necesita ciudadanos responsables. El fervor popular que Petro ha inspirado, resultaría insuficiente para llegar a la presidencia. Si él de verdad quiere derrotar al discípulo de Uribe, tiene que liderar una concertación política que incluya a un sector progresista de la derecha y a algunos empresarios.

Aunque hoy no parezca así, Santos podría tener una significativa capacidad de juego en la segunda vuelta. Con el escaso poder burocrático que todavía tiene y la fidelidad de cierto segmento de la U, el saliente presidente podría aportar la carta que nivele o incline la balanza. De él, que es un príncipe maquiavélico del Siglo XXI, puede esperarse cualquier cosa: su apoyo a Duque o a Petro. Sin embargo, parece que le convendría más darle un espaldarazo al candidato de la Colombia Humana, pues su pelea con Uribe es inmarcesible. Además, necesita salvaguardar el acuerdo de paz con las Farc, que es su máximo legado.

Ahora bien, más allá de lo inevitable que parece el escenario final de Duque vs. Petro, resulta oportuno señalar que las encuestas podrían ser rotas, tal como ha sucedido recientemente en otros certámenes electorales: el Brexit en Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos y el Plebiscito en Colombia. De modo que no hay que descartar las sorpresas, el sufragio tiene unas dimensiones complejas que hace de las elecciones un evento impredecible, enigmático.
Dos factores harían que los pronósticos de las encuestas fracasen. En primer lugar, el voto espontaneo, que se divide en dos: los indecisos que definen por quién votar la última semana y los silenciosos que no quieren o les avergüenza manifestar por quién votarán. Se trata de un sufragio que discurre entre la razón y la emoción, que no tiene un compromiso partidista. Podría beneficiar a los candidatos que más mueven las pasiones y la opinión pública: Duque, Petro e incluso Fajardo, que está más bien en la línea de la cordura (o la tibieza).

Cualquiera de ellos podría aumentar el porcentaje de sus votos de una forma sorpresiva, rompiendo así los sondeos que se realizarán antes de la primera vuelta. Por ejemplo, Duque podría quedar tan próximo al 50% de los votos, que su victoria en la carrera final sería inevitable. Petro podría quedar tan cerca de Duque (cuidado hasta por encima), que aumentaría el entusiasmo popular y haría menos incierta su opción de llegar al máximo cargo del Estado. Si Fajardo consigue vigorizar el ánimo de quienes no quieren a Duque, ni a Petro, ni a Santos, podría meterse a la disputa por un cupo a la siguiente etapa.

En segundo lugar, está el voto de las maquinarias. Aunque no es mentira que el pupilo de Uribe cuenta con el apoyo de varios caciques, Vargas Lleras, el hombre de Santos, sería quien podría dar la sorpresa a través de las empresas electorales de los gamonales que son fieles a su campaña. Según las encuestas, Vargas Lleras no pasa del 10%, o sea que sacaría menos de 1.500.000 de votos. Si Vargas Lleras aceita las maquinarias y saca más de 3 millones de votos, rompe las encuestas, así no alcance un cupo para la segunda vuelta. Su caso resulta curioso, hoy parece un candidato inviable, pero con tal que pase a la fase final contra Duque, su favoritismo sería imparable, pues agruparía a un sector de la derecha, a la mayoría del centro y a la izquierda que teme que Uribe vuelva al poder.

Aunque es un contexto poco factible, una segunda vuelta entre Vargas Lleras y Petro, sería casi igual que entre Petro y Duque: eso sí, Santos le ganaría la partida de antemano a Uribe. Por otra parte, De La Calle está como aquel equipo de futbol que queda eliminado anticipadamente y tiene la obligación de jugar el último partido para no recibir una sanción.

Sobre el porvenir de Colombia

Ante esa mecánica perversa que carcome los principios nobles de la política (el llamado “deber ser”), la ciudadanía tiene que reaccionar democráticamente. Hay que salir a votar el próximo 27 de mayo con sensatez, entusiasmo y tranquilidad. El abstencionismo no puede volver a triunfar: el 53% de los colombianos no acudieron a las urnas en las pasadas elecciones al Congreso. Así como el voto es un derecho, también es un deber que el pueblo tiene con sus instituciones, sus recursos públicos y su porvenir.

Antes de marcar el tarjetón, hay que reflexionar sobre el futuro de Colombia, las propuestas de cada uno de los candidatos y la necesidad de hacer realidad unos conceptos fundamentales que están en la Constitución de 1991:
1. Materialización del Estado Social y Democrático de Derecho, que es una formula política que le da primacía al bienestar del ser humano (Art. 1).
2. Promoción del libre mercado bajo la supervisión del Estado (Art. 334).
3. Respeto a la propiedad privada, comprendiendo que es un derecho que tiene una función social y ecológica (Art. 58).
4. Humanización del servicio de salud (Art. 49).
5. Garantizar el derecho a un medio ambiente sano y la participación de la comunidad en las decisiones que puedan afectarlo (Art. 79).
6. La educación como un motor de transformación social (Art. 67).
7. Rotación en el poder para evitar los caudillismos. El próximo presidente gobernará por cuatro años, se acabó la reelección (Art. 197).
8. La libertad de expresión como fuente de desarrollo individual y colectivo (Art. 20).
9. La paz como un derecho, un deber ciudadano y un propósito del Estado (Art. 22).
10. Protección de la diversidad étnica y cultural de la nación (Art. 7).

Finalmente, hay que examinar con cuidado los intereses que cada candidato representa. Todos hacen parte de un juego de obstinaciones. Nada les interesa más que su ego, que su propia historia. Su codicia es superior al afecto que dicen sentir por Colombia. Al fin y al cabo, así son todos los políticos. Por eso resulta necesario sospechar de ellos, no idolatrarlos, ni endiosarlos. No olviden, la duda conduce a la certeza, así que el voto debe ser un acto de libertad y de conciencia crítica.

Bonus Track: Se necesita reformar ciertos aspectos de la parte orgánica de la Carta Política para robustecer el sistema de pesos y contrapesos: un presidente menos poderoso, un Congreso más independiente y una justicia eficiente, rápida y despolitizada.

Por Carlos César Silva

Análisis
22 mayo, 2018

El juego de las obstinaciones

El abogado Carlos César Silva presenta un análisis político de las elecciones presidenciales del próximo domingo, donde ilustra sobre cómo se vienen moviendo las campañas y las posibilidades que están tienen de ganar, más allá de las encuestas.


El 27 de mayo se realizarán las elecciones presidenciales. Según las distintas encuestas, habrá segunda vuelta. Duque y Petro son los favoritos para disputar esa fase definitiva. Por supuesto, será un enfrentamiento fulminante entre dos extremos políticos: Derecha vs. Izquierda. Desde ahora se vislumbra un panorama agobiante: la polarización se profundizará, los estigmas terminarán de deshumanizar el debate democrático y el miedo se afianzará como el argumento más poderoso.

Duque, llevado de la mano por Uribe, su mentor, aglutinaría a la elite política y empresarial del país. Petro, a pesar de su soberbia, consolidaría a su alrededor a los diferentes sectores alternativos: a los Verdes, al Polo y a una fracción del Partido Liberal que apoya con ahínco el proceso de paz. En ese último tramo hacia la Casa de Nariño, Duque tendría cierta ventaja sobre Petro porque contaría con el auspicio casi absoluto de aquellos que siempre han manejado el poder burocrático, electoral y económico en Colombia.

Para equilibrar la balanza en la segunda vuelta, Petro tendría que matizar su discurso de confrontación social, aproximarse al sector empresarial con un mensaje de tranquilidad y despegarse de su actitud mesiánica, caudillista: la democracia no exige redentores, sino que necesita ciudadanos responsables. El fervor popular que Petro ha inspirado, resultaría insuficiente para llegar a la presidencia. Si él de verdad quiere derrotar al discípulo de Uribe, tiene que liderar una concertación política que incluya a un sector progresista de la derecha y a algunos empresarios.

Aunque hoy no parezca así, Santos podría tener una significativa capacidad de juego en la segunda vuelta. Con el escaso poder burocrático que todavía tiene y la fidelidad de cierto segmento de la U, el saliente presidente podría aportar la carta que nivele o incline la balanza. De él, que es un príncipe maquiavélico del Siglo XXI, puede esperarse cualquier cosa: su apoyo a Duque o a Petro. Sin embargo, parece que le convendría más darle un espaldarazo al candidato de la Colombia Humana, pues su pelea con Uribe es inmarcesible. Además, necesita salvaguardar el acuerdo de paz con las Farc, que es su máximo legado.

Ahora bien, más allá de lo inevitable que parece el escenario final de Duque vs. Petro, resulta oportuno señalar que las encuestas podrían ser rotas, tal como ha sucedido recientemente en otros certámenes electorales: el Brexit en Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos y el Plebiscito en Colombia. De modo que no hay que descartar las sorpresas, el sufragio tiene unas dimensiones complejas que hace de las elecciones un evento impredecible, enigmático.
Dos factores harían que los pronósticos de las encuestas fracasen. En primer lugar, el voto espontaneo, que se divide en dos: los indecisos que definen por quién votar la última semana y los silenciosos que no quieren o les avergüenza manifestar por quién votarán. Se trata de un sufragio que discurre entre la razón y la emoción, que no tiene un compromiso partidista. Podría beneficiar a los candidatos que más mueven las pasiones y la opinión pública: Duque, Petro e incluso Fajardo, que está más bien en la línea de la cordura (o la tibieza).

Cualquiera de ellos podría aumentar el porcentaje de sus votos de una forma sorpresiva, rompiendo así los sondeos que se realizarán antes de la primera vuelta. Por ejemplo, Duque podría quedar tan próximo al 50% de los votos, que su victoria en la carrera final sería inevitable. Petro podría quedar tan cerca de Duque (cuidado hasta por encima), que aumentaría el entusiasmo popular y haría menos incierta su opción de llegar al máximo cargo del Estado. Si Fajardo consigue vigorizar el ánimo de quienes no quieren a Duque, ni a Petro, ni a Santos, podría meterse a la disputa por un cupo a la siguiente etapa.

En segundo lugar, está el voto de las maquinarias. Aunque no es mentira que el pupilo de Uribe cuenta con el apoyo de varios caciques, Vargas Lleras, el hombre de Santos, sería quien podría dar la sorpresa a través de las empresas electorales de los gamonales que son fieles a su campaña. Según las encuestas, Vargas Lleras no pasa del 10%, o sea que sacaría menos de 1.500.000 de votos. Si Vargas Lleras aceita las maquinarias y saca más de 3 millones de votos, rompe las encuestas, así no alcance un cupo para la segunda vuelta. Su caso resulta curioso, hoy parece un candidato inviable, pero con tal que pase a la fase final contra Duque, su favoritismo sería imparable, pues agruparía a un sector de la derecha, a la mayoría del centro y a la izquierda que teme que Uribe vuelva al poder.

Aunque es un contexto poco factible, una segunda vuelta entre Vargas Lleras y Petro, sería casi igual que entre Petro y Duque: eso sí, Santos le ganaría la partida de antemano a Uribe. Por otra parte, De La Calle está como aquel equipo de futbol que queda eliminado anticipadamente y tiene la obligación de jugar el último partido para no recibir una sanción.

Sobre el porvenir de Colombia

Ante esa mecánica perversa que carcome los principios nobles de la política (el llamado “deber ser”), la ciudadanía tiene que reaccionar democráticamente. Hay que salir a votar el próximo 27 de mayo con sensatez, entusiasmo y tranquilidad. El abstencionismo no puede volver a triunfar: el 53% de los colombianos no acudieron a las urnas en las pasadas elecciones al Congreso. Así como el voto es un derecho, también es un deber que el pueblo tiene con sus instituciones, sus recursos públicos y su porvenir.

Antes de marcar el tarjetón, hay que reflexionar sobre el futuro de Colombia, las propuestas de cada uno de los candidatos y la necesidad de hacer realidad unos conceptos fundamentales que están en la Constitución de 1991:
1. Materialización del Estado Social y Democrático de Derecho, que es una formula política que le da primacía al bienestar del ser humano (Art. 1).
2. Promoción del libre mercado bajo la supervisión del Estado (Art. 334).
3. Respeto a la propiedad privada, comprendiendo que es un derecho que tiene una función social y ecológica (Art. 58).
4. Humanización del servicio de salud (Art. 49).
5. Garantizar el derecho a un medio ambiente sano y la participación de la comunidad en las decisiones que puedan afectarlo (Art. 79).
6. La educación como un motor de transformación social (Art. 67).
7. Rotación en el poder para evitar los caudillismos. El próximo presidente gobernará por cuatro años, se acabó la reelección (Art. 197).
8. La libertad de expresión como fuente de desarrollo individual y colectivo (Art. 20).
9. La paz como un derecho, un deber ciudadano y un propósito del Estado (Art. 22).
10. Protección de la diversidad étnica y cultural de la nación (Art. 7).

Finalmente, hay que examinar con cuidado los intereses que cada candidato representa. Todos hacen parte de un juego de obstinaciones. Nada les interesa más que su ego, que su propia historia. Su codicia es superior al afecto que dicen sentir por Colombia. Al fin y al cabo, así son todos los políticos. Por eso resulta necesario sospechar de ellos, no idolatrarlos, ni endiosarlos. No olviden, la duda conduce a la certeza, así que el voto debe ser un acto de libertad y de conciencia crítica.

Bonus Track: Se necesita reformar ciertos aspectos de la parte orgánica de la Carta Política para robustecer el sistema de pesos y contrapesos: un presidente menos poderoso, un Congreso más independiente y una justicia eficiente, rápida y despolitizada.

Por Carlos César Silva