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Columnista - 8 junio, 2015

El glifosato, negocio de unos, tragedia de otros

El flagelo de la producción y comercialización de drogas ilícitas en Colombia nunca se ha abordado en su verdadera dimensión. Las políticas implementadas por el gobierno para enfrentar el problema han sido no sólo inadecuadas e insuficientes sino altamente perjudiciales para muchos ciudadanos, vulnerables por su indefensión. Durante más de 25 años, el gobierno ha […]

El flagelo de la producción y comercialización de drogas ilícitas en Colombia nunca se ha abordado en su verdadera dimensión. Las políticas implementadas por el gobierno para enfrentar el problema han sido no sólo inadecuadas e insuficientes sino altamente perjudiciales para muchos ciudadanos, vulnerables por su indefensión.

Durante más de 25 años, el gobierno ha intentado acabar los cultivos de coca mediante la fumigación con glifosato, un producto registrado en Colombia por Monsanto con nombres comerciales como Roundup, Rocker, Faena, Patrol, Squadron, Ranger y Fuete; algunos suenan inofensivos. No hay tal, los efectos de este tóxico resultaron catastróficos para animales, suelos, vegetación, agua, medio ambiente, pero sobre todo para la salud de los habitantes de las regiones letalmente afectadas por las aspersiones; muchos pobladores fueron desplazados y despojados de sus tierras, mientras la eficacia contra los cultivos ilícitos fue marginal, inefectiva. Frente a los elevados beneficios económicos para el gigante Monsanto cabe la pregunta acerca de cuál ha sido la verdadera intención del uso del veneno.

Existen respetados estudios, en Colombia y en otros países, que han demostrado la nocividad del glifosato, y son tan contundentes sus conclusiones que la Organización Mundial de la Salud, (OMS), se vio precisada a reconocer que las denuncias de los científicos y de las comunidades, víctimas de las aspersiones genocidas, eran veraces, y clasificó el glifosato como un agente cancerígeno; a partir de ahí, voces autorizadas lucharon para que terminaran las fumigaciones. Colombia es hoy el único país del mundo que utiliza el glifosato como herramienta para erradicar la producción de coca.

Recientemente el gobierno ordenó, por fin, suspender el uso del tóxico en mención. Queda por ver si se cumplirá la amenaza del ministro Pinzón de reemplazarlo por otro. Sigue pendiente también el reconocimiento y la reparación del gobierno a la población que fue fumigada y empapada con este veneno, resultado de lo cual hoy se encuentran niños, criaturas inocentes, nacidos con malformaciones y afectados por múltiples dolencias, campesinos discapacitados por enfermedades de todo tipo, que nadie atiende, todo esto en un ambiente de desolación y pobreza. Se necesita ser muy indolente para no conmoverse ante las imágenes que han mostrado algunos medios. Tampoco se sabe qué pasará con las tierras, la vegetación y las aguas envenenadas. En fin, ¿quién responderá por este crimen de lesa humanidad?
Por ahora esperemos que la lucha contra el narcotráfico no se siga descargando sobre los débiles hombros del último eslabón de la cadena, sino sobre las cabezas/cabecillas, o sea, sobre el primer eslabón. Es lo justo, y se hace sin glifosato.

Columnista
8 junio, 2015

El glifosato, negocio de unos, tragedia de otros

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Imelda Daza Cotes

El flagelo de la producción y comercialización de drogas ilícitas en Colombia nunca se ha abordado en su verdadera dimensión. Las políticas implementadas por el gobierno para enfrentar el problema han sido no sólo inadecuadas e insuficientes sino altamente perjudiciales para muchos ciudadanos, vulnerables por su indefensión. Durante más de 25 años, el gobierno ha […]


El flagelo de la producción y comercialización de drogas ilícitas en Colombia nunca se ha abordado en su verdadera dimensión. Las políticas implementadas por el gobierno para enfrentar el problema han sido no sólo inadecuadas e insuficientes sino altamente perjudiciales para muchos ciudadanos, vulnerables por su indefensión.

Durante más de 25 años, el gobierno ha intentado acabar los cultivos de coca mediante la fumigación con glifosato, un producto registrado en Colombia por Monsanto con nombres comerciales como Roundup, Rocker, Faena, Patrol, Squadron, Ranger y Fuete; algunos suenan inofensivos. No hay tal, los efectos de este tóxico resultaron catastróficos para animales, suelos, vegetación, agua, medio ambiente, pero sobre todo para la salud de los habitantes de las regiones letalmente afectadas por las aspersiones; muchos pobladores fueron desplazados y despojados de sus tierras, mientras la eficacia contra los cultivos ilícitos fue marginal, inefectiva. Frente a los elevados beneficios económicos para el gigante Monsanto cabe la pregunta acerca de cuál ha sido la verdadera intención del uso del veneno.

Existen respetados estudios, en Colombia y en otros países, que han demostrado la nocividad del glifosato, y son tan contundentes sus conclusiones que la Organización Mundial de la Salud, (OMS), se vio precisada a reconocer que las denuncias de los científicos y de las comunidades, víctimas de las aspersiones genocidas, eran veraces, y clasificó el glifosato como un agente cancerígeno; a partir de ahí, voces autorizadas lucharon para que terminaran las fumigaciones. Colombia es hoy el único país del mundo que utiliza el glifosato como herramienta para erradicar la producción de coca.

Recientemente el gobierno ordenó, por fin, suspender el uso del tóxico en mención. Queda por ver si se cumplirá la amenaza del ministro Pinzón de reemplazarlo por otro. Sigue pendiente también el reconocimiento y la reparación del gobierno a la población que fue fumigada y empapada con este veneno, resultado de lo cual hoy se encuentran niños, criaturas inocentes, nacidos con malformaciones y afectados por múltiples dolencias, campesinos discapacitados por enfermedades de todo tipo, que nadie atiende, todo esto en un ambiente de desolación y pobreza. Se necesita ser muy indolente para no conmoverse ante las imágenes que han mostrado algunos medios. Tampoco se sabe qué pasará con las tierras, la vegetación y las aguas envenenadas. En fin, ¿quién responderá por este crimen de lesa humanidad?
Por ahora esperemos que la lucha contra el narcotráfico no se siga descargando sobre los débiles hombros del último eslabón de la cadena, sino sobre las cabezas/cabecillas, o sea, sobre el primer eslabón. Es lo justo, y se hace sin glifosato.