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Columnista - 21 agosto, 2018

El fin del olvido

Los seres humanos somos los protagonistas de la historia y, de manera recíproca, el contexto histórico configura nuestra forma de entender el mundo y la realidad. Al descubrir que la Tierra es redonda y además gira alrededor del sol, el hombre cambió su mentalidad. Aquello que le era familiar empezó a serle extraño; aquello que […]

Los seres humanos somos los protagonistas de la historia y, de manera recíproca, el contexto histórico configura nuestra forma de entender el mundo y la realidad. Al descubrir que la Tierra es redonda y además gira alrededor del sol, el hombre cambió su mentalidad.

Aquello que le era familiar empezó a serle extraño; aquello que daba por sentado, incluyendo una posible interpretación bíblica, empezó a ser sometido a distintas pruebas.

De esta manera se produjeron adelantos científicos, movimientos intelectuales y corrientes filosóficas importantes que han continuado transformando el mundo y al hombre mismo, como en un círculo vicioso, hasta hoy. Desde entonces no hemos parado. Hoy hablamos de viajes inter-espaciales, bombas atómicas, el genoma humano, neurociencia, internet y teléfonos inteligentes entre otras “rarezas”.

La tecnología nos proporciona atributos que hace 200 años eran inimaginables y tal vez solo pertenecían a Dios. En cierto grado poseemos el don de la ubicuidad ya que, solo utilizando el móvil, podemos estar en una reunión y en el baño al mismo tiempo. También existe un gran banco de datos e información, al que podemos acceder con solo un click y nos permite saberlo todo. Podemos elevarnos a alturas antes impensables y viajar a velocidades exageradas que rebasan incluso a la luz o el sonido. Y ni hablar de los aparatos que nos permiten adaptar el medio ambiente a nuestras necesidades, como el aire acondicionado o la nevera que nos hacen dueños del frío y el calor.

Todo esto tiene sus ventajas pero también puede ocasionar problemas. Hemos perdido la buena costumbre de observar, hacernos preguntas y reflexionar. Todo lo obtenemos elaborado, masticadito y nuestra capacidad de resolver problemas y asumir retos ha mermado. Tal vez por eso los suicidios.

También hemos perdido la noción y el derecho a la privacidad. Hoy, cualquiera tiene un teléfono con cámara de alta resolución. La vida cotidiana se ha convertido en uno de los “reality-show” que nos ofrece la televisión basura. Lo más complicado es que cuando uno de esos videos es subido a la Gran Red, el protagonista no tiene derecho al olvido. Lo hemos visto cuando una actriz se graba teniendo sexo y el vídeo se escapa de su control y se vuelve propiedad de todos, o cuando los politiqueros cambian de opinión y saltan de un extremo a otro. Es lo que está sucediendo con el presidente Ivan Duque que el 15 de mayo de 2018, cuando apenas era candidato, se comprometió con el país a bajar los impuestos aduciendo que “lo que Colombia necesita ahora es una reforma a la administración pública, una reforma del gasto que elimine gastos innecesarios, enfrentar la corrupción y la evasión, generar los ahorros que nos permitan también inclusive bajar el IVA…” y hoy, elegido y con el sartén agarrado por el mango, anuncia que hará todo lo contrario: disminuir los impuestos a las empresas, aumentarlos a la clase media y no tocar a los intocables. Estupro político.

Gracias a Dios ha llegado la era del fin del olvido, para que no se nos olvide.

Carlos Luis Liñán

Columnista
21 agosto, 2018

El fin del olvido

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Liñan Pitre

Los seres humanos somos los protagonistas de la historia y, de manera recíproca, el contexto histórico configura nuestra forma de entender el mundo y la realidad. Al descubrir que la Tierra es redonda y además gira alrededor del sol, el hombre cambió su mentalidad. Aquello que le era familiar empezó a serle extraño; aquello que […]


Los seres humanos somos los protagonistas de la historia y, de manera recíproca, el contexto histórico configura nuestra forma de entender el mundo y la realidad. Al descubrir que la Tierra es redonda y además gira alrededor del sol, el hombre cambió su mentalidad.

Aquello que le era familiar empezó a serle extraño; aquello que daba por sentado, incluyendo una posible interpretación bíblica, empezó a ser sometido a distintas pruebas.

De esta manera se produjeron adelantos científicos, movimientos intelectuales y corrientes filosóficas importantes que han continuado transformando el mundo y al hombre mismo, como en un círculo vicioso, hasta hoy. Desde entonces no hemos parado. Hoy hablamos de viajes inter-espaciales, bombas atómicas, el genoma humano, neurociencia, internet y teléfonos inteligentes entre otras “rarezas”.

La tecnología nos proporciona atributos que hace 200 años eran inimaginables y tal vez solo pertenecían a Dios. En cierto grado poseemos el don de la ubicuidad ya que, solo utilizando el móvil, podemos estar en una reunión y en el baño al mismo tiempo. También existe un gran banco de datos e información, al que podemos acceder con solo un click y nos permite saberlo todo. Podemos elevarnos a alturas antes impensables y viajar a velocidades exageradas que rebasan incluso a la luz o el sonido. Y ni hablar de los aparatos que nos permiten adaptar el medio ambiente a nuestras necesidades, como el aire acondicionado o la nevera que nos hacen dueños del frío y el calor.

Todo esto tiene sus ventajas pero también puede ocasionar problemas. Hemos perdido la buena costumbre de observar, hacernos preguntas y reflexionar. Todo lo obtenemos elaborado, masticadito y nuestra capacidad de resolver problemas y asumir retos ha mermado. Tal vez por eso los suicidios.

También hemos perdido la noción y el derecho a la privacidad. Hoy, cualquiera tiene un teléfono con cámara de alta resolución. La vida cotidiana se ha convertido en uno de los “reality-show” que nos ofrece la televisión basura. Lo más complicado es que cuando uno de esos videos es subido a la Gran Red, el protagonista no tiene derecho al olvido. Lo hemos visto cuando una actriz se graba teniendo sexo y el vídeo se escapa de su control y se vuelve propiedad de todos, o cuando los politiqueros cambian de opinión y saltan de un extremo a otro. Es lo que está sucediendo con el presidente Ivan Duque que el 15 de mayo de 2018, cuando apenas era candidato, se comprometió con el país a bajar los impuestos aduciendo que “lo que Colombia necesita ahora es una reforma a la administración pública, una reforma del gasto que elimine gastos innecesarios, enfrentar la corrupción y la evasión, generar los ahorros que nos permitan también inclusive bajar el IVA…” y hoy, elegido y con el sartén agarrado por el mango, anuncia que hará todo lo contrario: disminuir los impuestos a las empresas, aumentarlos a la clase media y no tocar a los intocables. Estupro político.

Gracias a Dios ha llegado la era del fin del olvido, para que no se nos olvide.

Carlos Luis Liñán