Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 20 abril, 2018

El estanquillo

Es una antológica y picaresca canción que data del año 1948, su compositor, el juglar Nafer Duran Díaz, narra peripecias y ocurrencias  de sus amigos, viejos y curtidos parranderos de la hacienda Las Cabezas, de la región de El Paso, que se ingeniaban estrategias para seguir en la faena etílica, a pesar de la escasez […]

Es una antológica y picaresca canción que data del año 1948, su compositor, el juglar Nafer Duran Díaz, narra peripecias y ocurrencias  de sus amigos, viejos y curtidos parranderos de la hacienda Las Cabezas, de la región de El Paso, que se ingeniaban estrategias para seguir en la faena etílica, a pesar de la escasez por la cual pasaban, los pagos no los hacían a tiempo.

Los fines de semana después de la extenuante jornada de vaqueros, Nafer Duran y algunos amigos en la Hacienda Las cabezas, salían a divertirse por toda la agreste región de los playones de Chimichagua, visitaban constantemente la aldea Tronconal, donde funcionaba una cantina que llevaba alegría a los visitantes.

Dicha cantina, la cual hoy es mundialmente conocida como El Estanquillo, era una enjalma con paredes de barro y techo de  palma y asientos en forma de troja, al aire libre, alumbrada con mechones.

Gracias al ingenio que Nafer le imprimió a la canción que ha sido versionada muchísimas veces, allí siempre había un grupo vallenato, entre ellos el de Durán, o una tambora amenizando a la clientela, llegaban de toda la región y eran atendidos por su propietaria Encarnación López, mujer de buen humor, morena, alegre y dicharachera que servía el licor a toda la concurrencia con el mismo cariño y gracia.

La mayor parte de la clientela eran sedientos etílicos vaqueros de la afamada hacienda de los Gutiérrez Piñeres, los jornaleros eran viejos conocidos de la propietaria, por lo tanto personas confiables a las cuales se les podía conceder un crédito por unas cuantas botellas de Ron Caña o Centenario, al fin y al cabo el acordeonero de planta del local, Nafer, servía de fiador a cada uno de los parranderos ya que él era el pagador de esa cuadradilla de trabajadores y descontaba la deuda por nómina.

Para los parranderos ya habían transcurrido tres quincena que no le pagaban el sueldo en la hacienda, era el mismo tiempo que no le cancelaban a doña Encarnación, quien ya estaba molesta por tanta tardanza en el pago por el  licor consumido.

Ese sábado que antecedió al 9 de abril de tan fatídico año, los parranderos en virtud a la deuda ya vieja, llegaron al local escondidos con ganas de parrandear y tratar de pasar desapercibidos entre la numerosa clientela de El Estanquillo, para que le brindaran bebidas,  Nafer en agradecimiento a la atención y confianza que le brindaba Encarnación en el local, llevaba la canción que había compuesto esa semana al negocio, la interpretó al grupo de amigos de diversión donde se encontraba Ignacio Martínez, hermano de Samuelito.

La sorpresa del acordeonero fue grande, su comadre ‘Chon’, dueña del local, se le plantó al frente, el acordeonero nervioso iba a decirle que su bolsillo continuaba roto, que no había dinero, ella lo dejó boquiabierto al manifestarle emocionada su alegría por la canción a su negocio, que la interpretara cuantas veces quisiera, que pidiera el ron que pudiera consumir con sus  amigos, que la deuda podía esperar.

Columnista
20 abril, 2018

El estanquillo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Celso Guerra Gutiérrez

Es una antológica y picaresca canción que data del año 1948, su compositor, el juglar Nafer Duran Díaz, narra peripecias y ocurrencias  de sus amigos, viejos y curtidos parranderos de la hacienda Las Cabezas, de la región de El Paso, que se ingeniaban estrategias para seguir en la faena etílica, a pesar de la escasez […]


Es una antológica y picaresca canción que data del año 1948, su compositor, el juglar Nafer Duran Díaz, narra peripecias y ocurrencias  de sus amigos, viejos y curtidos parranderos de la hacienda Las Cabezas, de la región de El Paso, que se ingeniaban estrategias para seguir en la faena etílica, a pesar de la escasez por la cual pasaban, los pagos no los hacían a tiempo.

Los fines de semana después de la extenuante jornada de vaqueros, Nafer Duran y algunos amigos en la Hacienda Las cabezas, salían a divertirse por toda la agreste región de los playones de Chimichagua, visitaban constantemente la aldea Tronconal, donde funcionaba una cantina que llevaba alegría a los visitantes.

Dicha cantina, la cual hoy es mundialmente conocida como El Estanquillo, era una enjalma con paredes de barro y techo de  palma y asientos en forma de troja, al aire libre, alumbrada con mechones.

Gracias al ingenio que Nafer le imprimió a la canción que ha sido versionada muchísimas veces, allí siempre había un grupo vallenato, entre ellos el de Durán, o una tambora amenizando a la clientela, llegaban de toda la región y eran atendidos por su propietaria Encarnación López, mujer de buen humor, morena, alegre y dicharachera que servía el licor a toda la concurrencia con el mismo cariño y gracia.

La mayor parte de la clientela eran sedientos etílicos vaqueros de la afamada hacienda de los Gutiérrez Piñeres, los jornaleros eran viejos conocidos de la propietaria, por lo tanto personas confiables a las cuales se les podía conceder un crédito por unas cuantas botellas de Ron Caña o Centenario, al fin y al cabo el acordeonero de planta del local, Nafer, servía de fiador a cada uno de los parranderos ya que él era el pagador de esa cuadradilla de trabajadores y descontaba la deuda por nómina.

Para los parranderos ya habían transcurrido tres quincena que no le pagaban el sueldo en la hacienda, era el mismo tiempo que no le cancelaban a doña Encarnación, quien ya estaba molesta por tanta tardanza en el pago por el  licor consumido.

Ese sábado que antecedió al 9 de abril de tan fatídico año, los parranderos en virtud a la deuda ya vieja, llegaron al local escondidos con ganas de parrandear y tratar de pasar desapercibidos entre la numerosa clientela de El Estanquillo, para que le brindaran bebidas,  Nafer en agradecimiento a la atención y confianza que le brindaba Encarnación en el local, llevaba la canción que había compuesto esa semana al negocio, la interpretó al grupo de amigos de diversión donde se encontraba Ignacio Martínez, hermano de Samuelito.

La sorpresa del acordeonero fue grande, su comadre ‘Chon’, dueña del local, se le plantó al frente, el acordeonero nervioso iba a decirle que su bolsillo continuaba roto, que no había dinero, ella lo dejó boquiabierto al manifestarle emocionada su alegría por la canción a su negocio, que la interpretara cuantas veces quisiera, que pidiera el ron que pudiera consumir con sus  amigos, que la deuda podía esperar.