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Columnista - 11 febrero, 2016

El color del posconflicto

No existe ninguna actividad, en ninguna parte del mundo, que no tenga un color político, una marca o franquicia ideológica que la soporte. Cada quien defiende, desde sus cuarteles, las bondades de su filosofía, resaltando algunos hechos y ocultando otros. Las tendencias de izquierda y derecha se recriminan y cada quien parece más convincente. Uno […]

No existe ninguna actividad, en ninguna parte del mundo, que no tenga un color político, una marca o franquicia ideológica que la soporte. Cada quien defiende, desde sus cuarteles, las bondades de su filosofía, resaltando algunos hechos y ocultando otros. Las tendencias de izquierda y derecha se recriminan y cada quien parece más convincente. Uno es el mundo de Marx y otro el de Friedman; algunos lo escogen por conveniencias, otros por convicciones. Esta es la historia de la economía desde que el mundo lo es. Pero durante el posconflicto todos tendrán que converger, allí sí, como decía Gaitán, el hambre no tiene color.

La inequidad va es contra los pobres de cualquier ideología. Así lo entiende Thomas Piketty, de visita reciente en Cartagena asistiendo al evento Hay Festival. La tesis central de Piketty es que el crecimiento de las rentas de capital supera el de los salarios, fortaleciendo la concentración de la riqueza en pocas manos. Sus estudios se sienten y aprecian en el mundo capitalista. Hoy, 62 personas de las más de siete mil millones de almas que habitan el planeta, controlan la mitad de la riqueza mundial, esto es mostruoso. (Cristina de la Torre, El Tiempo 02/02/16).

En Colombia pasa lo mismo. Según el economista Mauricio Cabrera, en este país 2.681 (0.01%) cuentahabientes controlan el 58.6 % de los depósitos bancarios equivalentes a $185 billones, mientras que 44.6 millones de personas solo tienen el 2.4% de los depósitos con $7.6 billones. El Gini, que mide la distribución de la riqueza, es 0.95 en las cuentas de ahorro y 0.97 en las corrientes, indicadores vergonzosos.

Nuestra política salarial es altamente regresiva; el SMM real, ajustado por IPC creció 18.5 % entre 2005 y 2015, y en forma promedia anual 1.9 %. Mientras tanto, el sistema financiero se enriquece esquilmando a los pequeños depositantes. Por eso me parece plausible la propuesta del senador conservador David Barguil de ponerle coto a tanta arbitrariedad bancaria; las cosas buenas hay que aplaudirlas sin mirar que partido las propone.

Creo que la mejor ideología es aquella que se sintoniza con lo bueno. Y no todo lo que parece bueno lo es; el asistencialismo, p.ej., es perverso; las casas gratis fomentan el ocio y lumpenizan las ciudades; se dice “que no se debe dar el pescado, hay que enseñar a pescar”; esta es una realidad cruel, pero nadie lo dice, el voto hay que cuidarlo. Según Cabrera, “Colombia no saldrá del asistencialismo si no se dan soluciones de fondo”. Una de estas es el empleo a través del fomento agropecuario e industrial. El asistencialismo no es sostenible ni soluciona los problemas de equidad y en cambo, genera pobreza; programas como Familias en Acción tullen a los pueblos y nada aportan al PIB; cuando las desigualdades crecen, el PIB disminuye. La inequidad en la tenencia de la tierra genera pobreza.

Durante el posconflicto las políticas sobre equidad deberán ser estudiadas por todas las ideologías y consensuarlas; las llamadas Zidres, p.ej., tienen sus debilidades. Si hemos de parar la guerra que generó la injusticia agraria, el gobierno y la sociedad civil tendrán que emplearse a fondo para dar una solución en el campo que elimine las causas que originaron esa guerra; la no repetición es imprescindible. Muchos sectores y personas tendrán que perder algo, pero los campesinos deberán ganar lo que les impusieron hacer por medio de las armas.

Columnista
11 febrero, 2016

El color del posconflicto

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

No existe ninguna actividad, en ninguna parte del mundo, que no tenga un color político, una marca o franquicia ideológica que la soporte. Cada quien defiende, desde sus cuarteles, las bondades de su filosofía, resaltando algunos hechos y ocultando otros. Las tendencias de izquierda y derecha se recriminan y cada quien parece más convincente. Uno […]


No existe ninguna actividad, en ninguna parte del mundo, que no tenga un color político, una marca o franquicia ideológica que la soporte. Cada quien defiende, desde sus cuarteles, las bondades de su filosofía, resaltando algunos hechos y ocultando otros. Las tendencias de izquierda y derecha se recriminan y cada quien parece más convincente. Uno es el mundo de Marx y otro el de Friedman; algunos lo escogen por conveniencias, otros por convicciones. Esta es la historia de la economía desde que el mundo lo es. Pero durante el posconflicto todos tendrán que converger, allí sí, como decía Gaitán, el hambre no tiene color.

La inequidad va es contra los pobres de cualquier ideología. Así lo entiende Thomas Piketty, de visita reciente en Cartagena asistiendo al evento Hay Festival. La tesis central de Piketty es que el crecimiento de las rentas de capital supera el de los salarios, fortaleciendo la concentración de la riqueza en pocas manos. Sus estudios se sienten y aprecian en el mundo capitalista. Hoy, 62 personas de las más de siete mil millones de almas que habitan el planeta, controlan la mitad de la riqueza mundial, esto es mostruoso. (Cristina de la Torre, El Tiempo 02/02/16).

En Colombia pasa lo mismo. Según el economista Mauricio Cabrera, en este país 2.681 (0.01%) cuentahabientes controlan el 58.6 % de los depósitos bancarios equivalentes a $185 billones, mientras que 44.6 millones de personas solo tienen el 2.4% de los depósitos con $7.6 billones. El Gini, que mide la distribución de la riqueza, es 0.95 en las cuentas de ahorro y 0.97 en las corrientes, indicadores vergonzosos.

Nuestra política salarial es altamente regresiva; el SMM real, ajustado por IPC creció 18.5 % entre 2005 y 2015, y en forma promedia anual 1.9 %. Mientras tanto, el sistema financiero se enriquece esquilmando a los pequeños depositantes. Por eso me parece plausible la propuesta del senador conservador David Barguil de ponerle coto a tanta arbitrariedad bancaria; las cosas buenas hay que aplaudirlas sin mirar que partido las propone.

Creo que la mejor ideología es aquella que se sintoniza con lo bueno. Y no todo lo que parece bueno lo es; el asistencialismo, p.ej., es perverso; las casas gratis fomentan el ocio y lumpenizan las ciudades; se dice “que no se debe dar el pescado, hay que enseñar a pescar”; esta es una realidad cruel, pero nadie lo dice, el voto hay que cuidarlo. Según Cabrera, “Colombia no saldrá del asistencialismo si no se dan soluciones de fondo”. Una de estas es el empleo a través del fomento agropecuario e industrial. El asistencialismo no es sostenible ni soluciona los problemas de equidad y en cambo, genera pobreza; programas como Familias en Acción tullen a los pueblos y nada aportan al PIB; cuando las desigualdades crecen, el PIB disminuye. La inequidad en la tenencia de la tierra genera pobreza.

Durante el posconflicto las políticas sobre equidad deberán ser estudiadas por todas las ideologías y consensuarlas; las llamadas Zidres, p.ej., tienen sus debilidades. Si hemos de parar la guerra que generó la injusticia agraria, el gobierno y la sociedad civil tendrán que emplearse a fondo para dar una solución en el campo que elimine las causas que originaron esa guerra; la no repetición es imprescindible. Muchos sectores y personas tendrán que perder algo, pero los campesinos deberán ganar lo que les impusieron hacer por medio de las armas.