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Columnista - 21 abril, 2017

El catarro de Carreño

Tres meses antes del descubrimiento de América, cuando Cristóbal Colón se embarcó en ‘La Niña’, su carabela preferida, en el puerto Palos de Moguer había una peste catarral producida por un microbio (los virus aún no se socializaban), que en la península ibérica dejaron los moros cuando la invadieron. Este microbio sazonado por siglos en […]

Tres meses antes del descubrimiento de América, cuando Cristóbal Colón se embarcó en ‘La Niña’, su carabela preferida, en el puerto Palos de Moguer había una peste catarral producida por un microbio (los virus aún no se socializaban), que en la península ibérica dejaron los moros cuando la invadieron. Este microbio sazonado por siglos en las mezquitas orientales a punta de caspa, grajo y pecueca hizo estragos en palos de Moguer y ni Colón se escapó de sus efectos. El viaje no fue nada grato para él y después de haber sufrido tosferina, bronquitis y pulmonía quedó con un severo muermo entre pecho y espalda que ni un par de zambullidas en las aguas del Atlántico pudieron removerlo.

Felizmente noventa días después, ¡tierra a la vista, tierra a la vista! grito el vigía de la nave y Colón al desembarcar soltó un tremendo escupitajo de esos de dos ñemas, según Zuleta, cayéndole encima a un abejón que revoloteaba dándole la bienvenida al forastero. Allí en la isla La Española los aborígenes ya utilizaban un champurriao de totumo con ipecacuana para sus males respiratorios, que a Colón le sirvió para mejorarse; pero el abejón con su carga microbiana era de largo vuelo y llegó hasta Punta Cana donde hoy funciona un spa de prestigio mundial. Allí lo cogió la hora de la metamorfosis y cumplido su ciclo ya en forma de crisálida se metió en un coco seco que un vendaval enterró para siempre. Estos abejones dominicanos tienen un periodo de hibernación larguísimo y después de más de quinientos años el calentamiento global lo sacó de su letargo y alegremente salió a conocer los colombianos que acababan de llegar, los doctores Carlos Quintero ‘El Agraciado’, y José Carreño con sus sendas esposas.

El cordial insecto aún mantenía alguna esquirla del microbio que gentilmente la sacudió al paso de la comitiva con tan mala suerte que le cayó a Carreño y a Quintero; pero como el doctor Carlos llegó en tres quince y así se vino, el alcohol, que protege, conserva, y desinfecta, evitó su contaminación, en tanto que al pobre José si lo cogió centro a centro. Al regreso de República Dominicana este llegó sin habla y con serios problemas respiratorios y su hermano el otorrino Luis Ángel Rodríguez vio la cosa medio griega y convocó a una junta médica a los doctores Danilo Ortiz, Julio César Vargas y Leonardo Maya Amaya, sus colegas, quienes cada uno con su foquito galillero coincidieron que en la garganta tiene Carreño arremachada una costra con apariencia de cemento duco reforzado que ni con un cincel pescuecero han podido remover. Zuleta les recomendó entonces unas gárgaras de ácido muriático puro que con eso “El indio Manuel María” curó al viejo ‘Mile’ de un problema parecido, pero desafortunadamente ya este ácido esta descontinuado.

Por lo pronto los galenos están a la espera de un soplete laringológico que alquilan en Checoeslovaquia, donde los catarros invernales nada le envidian al de un esquimal.

En todo caso Carreño ya hizo su forzoso curso de fonomimico y parece que terminará en cantante ya que cuando logra vocalizar algo, la voz le sale en estéreo, las notas graves por el cachete izquierdo y las agudas por el derecho. Creo que si no aparece el bendito soplete, terminará grabando un CD con el futuro rey de reyes.

Por Julio Oñate Martínez

 

Columnista
21 abril, 2017

El catarro de Carreño

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

Tres meses antes del descubrimiento de América, cuando Cristóbal Colón se embarcó en ‘La Niña’, su carabela preferida, en el puerto Palos de Moguer había una peste catarral producida por un microbio (los virus aún no se socializaban), que en la península ibérica dejaron los moros cuando la invadieron. Este microbio sazonado por siglos en […]


Tres meses antes del descubrimiento de América, cuando Cristóbal Colón se embarcó en ‘La Niña’, su carabela preferida, en el puerto Palos de Moguer había una peste catarral producida por un microbio (los virus aún no se socializaban), que en la península ibérica dejaron los moros cuando la invadieron. Este microbio sazonado por siglos en las mezquitas orientales a punta de caspa, grajo y pecueca hizo estragos en palos de Moguer y ni Colón se escapó de sus efectos. El viaje no fue nada grato para él y después de haber sufrido tosferina, bronquitis y pulmonía quedó con un severo muermo entre pecho y espalda que ni un par de zambullidas en las aguas del Atlántico pudieron removerlo.

Felizmente noventa días después, ¡tierra a la vista, tierra a la vista! grito el vigía de la nave y Colón al desembarcar soltó un tremendo escupitajo de esos de dos ñemas, según Zuleta, cayéndole encima a un abejón que revoloteaba dándole la bienvenida al forastero. Allí en la isla La Española los aborígenes ya utilizaban un champurriao de totumo con ipecacuana para sus males respiratorios, que a Colón le sirvió para mejorarse; pero el abejón con su carga microbiana era de largo vuelo y llegó hasta Punta Cana donde hoy funciona un spa de prestigio mundial. Allí lo cogió la hora de la metamorfosis y cumplido su ciclo ya en forma de crisálida se metió en un coco seco que un vendaval enterró para siempre. Estos abejones dominicanos tienen un periodo de hibernación larguísimo y después de más de quinientos años el calentamiento global lo sacó de su letargo y alegremente salió a conocer los colombianos que acababan de llegar, los doctores Carlos Quintero ‘El Agraciado’, y José Carreño con sus sendas esposas.

El cordial insecto aún mantenía alguna esquirla del microbio que gentilmente la sacudió al paso de la comitiva con tan mala suerte que le cayó a Carreño y a Quintero; pero como el doctor Carlos llegó en tres quince y así se vino, el alcohol, que protege, conserva, y desinfecta, evitó su contaminación, en tanto que al pobre José si lo cogió centro a centro. Al regreso de República Dominicana este llegó sin habla y con serios problemas respiratorios y su hermano el otorrino Luis Ángel Rodríguez vio la cosa medio griega y convocó a una junta médica a los doctores Danilo Ortiz, Julio César Vargas y Leonardo Maya Amaya, sus colegas, quienes cada uno con su foquito galillero coincidieron que en la garganta tiene Carreño arremachada una costra con apariencia de cemento duco reforzado que ni con un cincel pescuecero han podido remover. Zuleta les recomendó entonces unas gárgaras de ácido muriático puro que con eso “El indio Manuel María” curó al viejo ‘Mile’ de un problema parecido, pero desafortunadamente ya este ácido esta descontinuado.

Por lo pronto los galenos están a la espera de un soplete laringológico que alquilan en Checoeslovaquia, donde los catarros invernales nada le envidian al de un esquimal.

En todo caso Carreño ya hizo su forzoso curso de fonomimico y parece que terminará en cantante ya que cuando logra vocalizar algo, la voz le sale en estéreo, las notas graves por el cachete izquierdo y las agudas por el derecho. Creo que si no aparece el bendito soplete, terminará grabando un CD con el futuro rey de reyes.

Por Julio Oñate Martínez