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Columnista - 23 febrero, 2018

Diálogos con el maestro Leandro Díaz

El pasado 20 de febrero se conmemoraron los 90 años del natalicio del poeta que veía con los ojos del alma o ‘El Homero del Vallenato, como lo bautizó Consuelo Araujonoguera, Leandro José Díaz Duarte, y como uno de los homenajes póstumos quiero traer aquí parte de las narrativas de una de las tantas conversaciones […]

El pasado 20 de febrero se conmemoraron los 90 años del natalicio del poeta que veía con los ojos del alma o ‘El Homero del Vallenato, como lo bautizó Consuelo Araujonoguera, Leandro José Díaz Duarte, y como uno de los homenajes póstumos quiero traer aquí parte de las narrativas de una de las tantas conversaciones que tuve con el maestro Leandro, como le llamábamos con orgullo todos los que tuvimos la fortuna de acercarnos a él.

Fueron muchos los momentos en los que departimos, conversamos y parrandeamos con el maestro Leandro, en los que siempre estuvo a su lado su hijo Ivo, ese gran cantautor; lo hicimos en San Diego, en Bogotá, en las parrandas de juglares que organizábamos y la última conversación la tuvimos en Valledupar, de la cual tenemos registro fílmico, que será base para el documental ‘Juglares’. Extractamos algunos apartes de esos relatos:

¿Maestro Leandro exactamente dónde fue que usted nació y se crio? “Mire en Lagunita de la Sierra, Barrancas, La Guajira, nací y desde muy pequeño me llevaron mis padres para una pequeña finca que llamaban ‘Los Pajales’, ahí me crié, estuve 20 años en esa finca. Ahí empecé a componer sin maestros ni nada, pero cuando me vine a dar cuenta estaba haciendo canciones.

Viví esos años allá en la sierra agradablemente con el fresco de la tierra, pero después me trasladé a Tocaimo, donde comienza mi segundo capítulo, y me relacioné con acordeoneros, guitarristas y parranderos, de ahí viví un tiempito en Codazzi cuando el algodón y después me fui a vivir a San Diego, donde permanecí 40 años”.

Dice Leandro: “Yo recuerdo mucho una casita que queda en el camino de Codazzi a Becerril que le decían ‘El manguito’. Ahí vendían trago los sábados y yo me iba a cantar a capela y la gente que ya me conocía me daba propinas. Así me inicié en la vida del arte que más quiero y que me ha dado todo, que es la música vallenata”.

¿A que le ha cantado Leandro? “Mire, yo le he cantado a todos los tópicos, a los ríos aunque donde yo me crié no había río, pero cuando me trasladé a Tocaimo comencé a querer al río. A lo que menos le he cantado yo, ha sido al ganado, porque toda la vida me ha tocado comprar la leche. A lo que más le he cantado es a la naturaleza que ha sido mi guía, ese misterio de cantarle a cosas que yo no he visto, ni yo mismo me lo puedo explicar. Hay veces que estoy tranquilo y me viene la inspiración y le compongo versos a una cabaña, a los bosques, a las aves porque mi vida es la naturaleza en todos sus aspectos”.

¿De dónde le sale a usted esa expresión “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana? “Matilde Lina no era una mujer bonita, pero sí muy agraciada, la canción de Colombia le digo yo. Esa Matilde Lina si ha dao lidia, una vez me hicieron un homenaje en Anapoima, Cundinamarca, y la fiesta me la hicieron con bandas y fue muy emocionante para mí que todas las bandas que participaron tocaron a Matilde Lina. Esa mujer volvió a caminar por mí pensamiento”.

¿De tantas canciones compuestas por usted cuál es la que más le gusta? “Yo no tengo canción preferida, ellas son como los hijos que uno los quiere a todos por igual”.

Quisiéramos transcribir aquí tantas anécdotas y cosas bonitas de las que me habló Leandro Díaz, pero el espacio no me alcanza, entonces me comprometo a que cada año por estas épocas, este espacio será para él. Más que merecido.

Columnista
23 febrero, 2018

Diálogos con el maestro Leandro Díaz

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Nain

El pasado 20 de febrero se conmemoraron los 90 años del natalicio del poeta que veía con los ojos del alma o ‘El Homero del Vallenato, como lo bautizó Consuelo Araujonoguera, Leandro José Díaz Duarte, y como uno de los homenajes póstumos quiero traer aquí parte de las narrativas de una de las tantas conversaciones […]


El pasado 20 de febrero se conmemoraron los 90 años del natalicio del poeta que veía con los ojos del alma o ‘El Homero del Vallenato, como lo bautizó Consuelo Araujonoguera, Leandro José Díaz Duarte, y como uno de los homenajes póstumos quiero traer aquí parte de las narrativas de una de las tantas conversaciones que tuve con el maestro Leandro, como le llamábamos con orgullo todos los que tuvimos la fortuna de acercarnos a él.

Fueron muchos los momentos en los que departimos, conversamos y parrandeamos con el maestro Leandro, en los que siempre estuvo a su lado su hijo Ivo, ese gran cantautor; lo hicimos en San Diego, en Bogotá, en las parrandas de juglares que organizábamos y la última conversación la tuvimos en Valledupar, de la cual tenemos registro fílmico, que será base para el documental ‘Juglares’. Extractamos algunos apartes de esos relatos:

¿Maestro Leandro exactamente dónde fue que usted nació y se crio? “Mire en Lagunita de la Sierra, Barrancas, La Guajira, nací y desde muy pequeño me llevaron mis padres para una pequeña finca que llamaban ‘Los Pajales’, ahí me crié, estuve 20 años en esa finca. Ahí empecé a componer sin maestros ni nada, pero cuando me vine a dar cuenta estaba haciendo canciones.

Viví esos años allá en la sierra agradablemente con el fresco de la tierra, pero después me trasladé a Tocaimo, donde comienza mi segundo capítulo, y me relacioné con acordeoneros, guitarristas y parranderos, de ahí viví un tiempito en Codazzi cuando el algodón y después me fui a vivir a San Diego, donde permanecí 40 años”.

Dice Leandro: “Yo recuerdo mucho una casita que queda en el camino de Codazzi a Becerril que le decían ‘El manguito’. Ahí vendían trago los sábados y yo me iba a cantar a capela y la gente que ya me conocía me daba propinas. Así me inicié en la vida del arte que más quiero y que me ha dado todo, que es la música vallenata”.

¿A que le ha cantado Leandro? “Mire, yo le he cantado a todos los tópicos, a los ríos aunque donde yo me crié no había río, pero cuando me trasladé a Tocaimo comencé a querer al río. A lo que menos le he cantado yo, ha sido al ganado, porque toda la vida me ha tocado comprar la leche. A lo que más le he cantado es a la naturaleza que ha sido mi guía, ese misterio de cantarle a cosas que yo no he visto, ni yo mismo me lo puedo explicar. Hay veces que estoy tranquilo y me viene la inspiración y le compongo versos a una cabaña, a los bosques, a las aves porque mi vida es la naturaleza en todos sus aspectos”.

¿De dónde le sale a usted esa expresión “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana? “Matilde Lina no era una mujer bonita, pero sí muy agraciada, la canción de Colombia le digo yo. Esa Matilde Lina si ha dao lidia, una vez me hicieron un homenaje en Anapoima, Cundinamarca, y la fiesta me la hicieron con bandas y fue muy emocionante para mí que todas las bandas que participaron tocaron a Matilde Lina. Esa mujer volvió a caminar por mí pensamiento”.

¿De tantas canciones compuestas por usted cuál es la que más le gusta? “Yo no tengo canción preferida, ellas son como los hijos que uno los quiere a todos por igual”.

Quisiéramos transcribir aquí tantas anécdotas y cosas bonitas de las que me habló Leandro Díaz, pero el espacio no me alcanza, entonces me comprometo a que cada año por estas épocas, este espacio será para él. Más que merecido.