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Columnista - 29 diciembre, 2013

“De senectute”

Feliz año nuevo se grita a las doce en punto de la noche de cada treinta y uno de diciembre. Se brinda y se bebe sin medida.

Por Luis Augusto González Pimienta

Feliz año nuevo se grita a las doce en punto de la noche de cada treinta y uno de diciembre. Se brinda y se bebe sin medida. Es la forma latina de ahogar en licor penas y alegrías. Los jóvenes ríen, los adultos festejan, los viejos sienten, en un ritual que congrega en un instante los recuerdos más dolorosos del año ido. Por eso, muchos lloran.

Los familiares o amigos que dejaron huella son recordados con la claridad del sol de verano, y como esta, lastima. Es contrastante que al clamor de feliz año lo acompañe la tristeza de los recuerdos.

Adultos mayores, personas de la tercera edad o simplemente viejos, sin retoques eufemísticos, no hacen propósitos para el año nuevo. Sus proyectos son a cortísimo plazo, para el día siguiente, a lo sumo. Ya no dicen un año más, sino un año menos. Su cuenta es regresiva.

Los cerros que se escalaban imaginariamente en pos de la aventura, las nubes que dibujaban figuras en la infinita visión juvenil, las estrellas que mostraban los senderos de constelaciones de amor, no enmarcan el pensamiento del adulto mayor. Ya no mira para arriba, lo hace hacia abajo para eludir los obstáculos que causan caídas.Vive el presente, el día a día, en una rutinaria repetición de pasos.

Si recordar es vivir, también puede ser el comienzo de la muerte, cuando se reducen las remembranzas y las pocas que van quedando se reiteran sin advertirlo.

¿Es fea la senectud? ¿De qué sirve acumular experiencia si faltan las fuerzas, o la salud? Depende, responderá el juicioso observador.

Asumir la vejez es harto, difícil. De allí que a algunos les dé por comportarse como jóvenes, vistan como jóvenes, se tinturen el cabello, desaparezcan las bolsas de los párpados, se sometan al gimnasio y a cirugías plásticas. Todo en vano, finalmente, por la obcecación de la naturaleza que tiene marcados sus tiempos.

La verdadera madurez se adquiere cuando se admite la vejez. Es el momento en el que se disfruta de los dones y placeres nuevos. No todo ha de ser memoria de elefante, ni fuerza física incontenible. Hay otros placeres mundanos en pequeñas cosas que pasan desapercibidas para los jóvenes, hasta cuando llegan a viejos.
A aprovechar entonces los nuevos placeres. A vivir intensamente hasta cuando los designios de Dios impongan la partida.

El día señalado es impredecible e inmutable. Decía Cicerón, en la obra que le sirve de título a este artículo: “Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas”.
¡Feliz año nuevo!

 

Columnista
29 diciembre, 2013

“De senectute”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

Feliz año nuevo se grita a las doce en punto de la noche de cada treinta y uno de diciembre. Se brinda y se bebe sin medida.


Por Luis Augusto González Pimienta

Feliz año nuevo se grita a las doce en punto de la noche de cada treinta y uno de diciembre. Se brinda y se bebe sin medida. Es la forma latina de ahogar en licor penas y alegrías. Los jóvenes ríen, los adultos festejan, los viejos sienten, en un ritual que congrega en un instante los recuerdos más dolorosos del año ido. Por eso, muchos lloran.

Los familiares o amigos que dejaron huella son recordados con la claridad del sol de verano, y como esta, lastima. Es contrastante que al clamor de feliz año lo acompañe la tristeza de los recuerdos.

Adultos mayores, personas de la tercera edad o simplemente viejos, sin retoques eufemísticos, no hacen propósitos para el año nuevo. Sus proyectos son a cortísimo plazo, para el día siguiente, a lo sumo. Ya no dicen un año más, sino un año menos. Su cuenta es regresiva.

Los cerros que se escalaban imaginariamente en pos de la aventura, las nubes que dibujaban figuras en la infinita visión juvenil, las estrellas que mostraban los senderos de constelaciones de amor, no enmarcan el pensamiento del adulto mayor. Ya no mira para arriba, lo hace hacia abajo para eludir los obstáculos que causan caídas.Vive el presente, el día a día, en una rutinaria repetición de pasos.

Si recordar es vivir, también puede ser el comienzo de la muerte, cuando se reducen las remembranzas y las pocas que van quedando se reiteran sin advertirlo.

¿Es fea la senectud? ¿De qué sirve acumular experiencia si faltan las fuerzas, o la salud? Depende, responderá el juicioso observador.

Asumir la vejez es harto, difícil. De allí que a algunos les dé por comportarse como jóvenes, vistan como jóvenes, se tinturen el cabello, desaparezcan las bolsas de los párpados, se sometan al gimnasio y a cirugías plásticas. Todo en vano, finalmente, por la obcecación de la naturaleza que tiene marcados sus tiempos.

La verdadera madurez se adquiere cuando se admite la vejez. Es el momento en el que se disfruta de los dones y placeres nuevos. No todo ha de ser memoria de elefante, ni fuerza física incontenible. Hay otros placeres mundanos en pequeñas cosas que pasan desapercibidas para los jóvenes, hasta cuando llegan a viejos.
A aprovechar entonces los nuevos placeres. A vivir intensamente hasta cuando los designios de Dios impongan la partida.

El día señalado es impredecible e inmutable. Decía Cicerón, en la obra que le sirve de título a este artículo: “Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas”.
¡Feliz año nuevo!