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Columnista - 16 enero, 2018

Un cuento del Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena

Corrían los años setenta y un barranquillero de zapaticos blancos y camisa blanca de flores azules y pantalón blanco, llegó con su sombrero, estilo cubano, y su “caminao de bacán” a un pueblo cualquiera del Valle, era un gran mecánico que vivió mucho tiempo en la isla Pambiche de Estados Unidos. Allí había aprendido la […]

Corrían los años setenta y un barranquillero de zapaticos blancos y camisa blanca de flores azules y pantalón blanco, llegó con su sombrero, estilo cubano, y su “caminao de bacán” a un pueblo cualquiera del Valle, era un gran mecánico que vivió mucho tiempo en la isla Pambiche de Estados Unidos. Allí había aprendido la mecánica con los mejores y quería montar un taller en estos lugares que consideraba vírgenes para lo que él traía.

Recorrió la calle principal y no encontraba el sitio ideal, se detuvo frente un solar que tenía una casita al fondo, habitada por una familia pobre, el terreno daba a la calle principal, tenía un par de árboles de mamón y un almendro frondoso que prodigaban una deliciosa sombra al patio grande y pensó: -¡Mierda! Este es el lugar; aquí al aire libre con estos árboles y este solar tan amplio es el sitio bacano.

-¡Buenas tardes señora! por cuánto me arrienda este lugar.
-¡Ay señor! yo no sé, usted cuánto dice ¿Qué es?
-¿Yo doña?… Yo no sé cuánto pide usted.
-Este, mire señor es que yo soy sola y nunca nadie me pidió en arriendo el patio, ¿Dígame usted? Pa’ ve.
-Bueno doña, que tal 30 pesos.
-¡Treinta pesos! Ay señor. ¿Y no se irá usted arrepentí?
-No doña, así está bien.

El bacán se instaló en su taller al aire libre.

-Doña, necesito a un muchacho de ayudante para que me lave las tuercas y los tornillos.
-¡Embúa! Yo tengo a un hijo que ese es un “porquería” que no sirve pa’ na’, todo se lo come, no hay colegio de donde no lo echen, le pega a todo el mundo, a nadie respeta, total, que ese nació mal de la cabeza, pruébelo pa’ ve.

Pasaron 20 años y el bacán ya con su cabeza canosa y el pelo peinado a estilo Daniel Santos educó a sus hijos con aquel taller, dijo: ¡Ya estoy cansado, me voy! Adivinen quien se quedó con el taller: El “porquería” que no servía pa’ na’.

Un día un instructor del Sena llegó con su carro, cáncer de su bolsillo y el “porquería” se lo dejó como un fosforito. Y esta vaina, ¿qué ve?, exclamó el instructor. Estudiaste en Estados Unidos, ¿verdad? Porque con esta tartana por aquí nadie pudo. El instructor llega al Sena y recoge a su compañero que es evaluador de competencia en el área de la mecánica y este le dice: Oigo a este pichirilo con fuerza ¿Qué pasó aquí? Eso quería que vieras, hay un pelao en tal parte que es un duro, ve y lleva tú chatarra a ver qué pasa.

Una semana estuvo el carro del evaluador en el taller del “Porquería”, a los siete días fue a buscar su adorado tormento, metió la llave y prass, el motor arranca con brío.
-¡Está vaina no puede ser! balbuceo el evaluador.
-Préndelo otra vez dice el “porquería” y trass el motor arranca con brío.
-¿Dónde estudiaste?
-¿Yo? No estudie, aprendí con un barranquillero que vivió aquí.
-¿Sabes leer?
-Sí, fue lo único que aprendí en el colegio.

El evaluador se echa el pelo para tras y exclama: ¡Nojodaaa¡ ¿Te gustaría recibir el cartón de profesional?

“El porquería” hace un gesto de disgusto, cree que el man se está burlando de él.

-En octubre voy a certificar a un grupo de mecánicos en el Sena, te espero el 14 de octubre allá.

“El porquería” presentó las pruebas y fue el mejor, cuando recibió el pergamino de certificación profesional no aguantó el llanto y su viejita también lloró, el evaluador les dijo: El Sena no hace profesionales; ellos llegan hechos, lo único que hace la institución es reconocer y certificar sus habilidades, experticias y actitud, tú eres un profesional empírico. Pero tal cual. El Sena es un amigo que reconoce tu oficio y servicio a la comunidad.

Columnista
16 enero, 2018

Un cuento del Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rosendo Romero Ospino

Corrían los años setenta y un barranquillero de zapaticos blancos y camisa blanca de flores azules y pantalón blanco, llegó con su sombrero, estilo cubano, y su “caminao de bacán” a un pueblo cualquiera del Valle, era un gran mecánico que vivió mucho tiempo en la isla Pambiche de Estados Unidos. Allí había aprendido la […]


Corrían los años setenta y un barranquillero de zapaticos blancos y camisa blanca de flores azules y pantalón blanco, llegó con su sombrero, estilo cubano, y su “caminao de bacán” a un pueblo cualquiera del Valle, era un gran mecánico que vivió mucho tiempo en la isla Pambiche de Estados Unidos. Allí había aprendido la mecánica con los mejores y quería montar un taller en estos lugares que consideraba vírgenes para lo que él traía.

Recorrió la calle principal y no encontraba el sitio ideal, se detuvo frente un solar que tenía una casita al fondo, habitada por una familia pobre, el terreno daba a la calle principal, tenía un par de árboles de mamón y un almendro frondoso que prodigaban una deliciosa sombra al patio grande y pensó: -¡Mierda! Este es el lugar; aquí al aire libre con estos árboles y este solar tan amplio es el sitio bacano.

-¡Buenas tardes señora! por cuánto me arrienda este lugar.
-¡Ay señor! yo no sé, usted cuánto dice ¿Qué es?
-¿Yo doña?… Yo no sé cuánto pide usted.
-Este, mire señor es que yo soy sola y nunca nadie me pidió en arriendo el patio, ¿Dígame usted? Pa’ ve.
-Bueno doña, que tal 30 pesos.
-¡Treinta pesos! Ay señor. ¿Y no se irá usted arrepentí?
-No doña, así está bien.

El bacán se instaló en su taller al aire libre.

-Doña, necesito a un muchacho de ayudante para que me lave las tuercas y los tornillos.
-¡Embúa! Yo tengo a un hijo que ese es un “porquería” que no sirve pa’ na’, todo se lo come, no hay colegio de donde no lo echen, le pega a todo el mundo, a nadie respeta, total, que ese nació mal de la cabeza, pruébelo pa’ ve.

Pasaron 20 años y el bacán ya con su cabeza canosa y el pelo peinado a estilo Daniel Santos educó a sus hijos con aquel taller, dijo: ¡Ya estoy cansado, me voy! Adivinen quien se quedó con el taller: El “porquería” que no servía pa’ na’.

Un día un instructor del Sena llegó con su carro, cáncer de su bolsillo y el “porquería” se lo dejó como un fosforito. Y esta vaina, ¿qué ve?, exclamó el instructor. Estudiaste en Estados Unidos, ¿verdad? Porque con esta tartana por aquí nadie pudo. El instructor llega al Sena y recoge a su compañero que es evaluador de competencia en el área de la mecánica y este le dice: Oigo a este pichirilo con fuerza ¿Qué pasó aquí? Eso quería que vieras, hay un pelao en tal parte que es un duro, ve y lleva tú chatarra a ver qué pasa.

Una semana estuvo el carro del evaluador en el taller del “Porquería”, a los siete días fue a buscar su adorado tormento, metió la llave y prass, el motor arranca con brío.
-¡Está vaina no puede ser! balbuceo el evaluador.
-Préndelo otra vez dice el “porquería” y trass el motor arranca con brío.
-¿Dónde estudiaste?
-¿Yo? No estudie, aprendí con un barranquillero que vivió aquí.
-¿Sabes leer?
-Sí, fue lo único que aprendí en el colegio.

El evaluador se echa el pelo para tras y exclama: ¡Nojodaaa¡ ¿Te gustaría recibir el cartón de profesional?

“El porquería” hace un gesto de disgusto, cree que el man se está burlando de él.

-En octubre voy a certificar a un grupo de mecánicos en el Sena, te espero el 14 de octubre allá.

“El porquería” presentó las pruebas y fue el mejor, cuando recibió el pergamino de certificación profesional no aguantó el llanto y su viejita también lloró, el evaluador les dijo: El Sena no hace profesionales; ellos llegan hechos, lo único que hace la institución es reconocer y certificar sus habilidades, experticias y actitud, tú eres un profesional empírico. Pero tal cual. El Sena es un amigo que reconoce tu oficio y servicio a la comunidad.