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Columnista - 11 marzo, 2017

Cronoquilla: Roberto Baal, el pirata

Corría el año cristiano de 1544. Pedro de Heredia el fundador de Cartagena gobernaba por aquel entonces esa ciudad, ya anhelada por la codicia de los piratas, cuando sufrió el primer ataque de esos bandidos del mar, mandados en aquella ocasión por los franceses Roberto Baal y su segundo Jean Bautemps, que los españoles mal […]

Corría el año cristiano de 1544. Pedro de Heredia el fundador de Cartagena gobernaba por aquel entonces esa ciudad, ya anhelada por la codicia de los piratas, cuando sufrió el primer ataque de esos bandidos del mar, mandados en aquella ocasión por los franceses Roberto Baal y su segundo Jean Bautemps, que los españoles mal pronunciaban como “Baute”.

Todo vino a ocurrir porque un año antes de ese suceso, un lugarteniente de Heredia llamado Alonso de Bejinés, había mandado dar azotes a un piloto de navío llamado Juan Álvarez porque éste era acusado de haber cometido un real o supuesto delito. Este Álvarez quedó tan emperrado de odio que juró tomar venganza de tal Bejinés y de aquella ciudad donde lo habían tratado mal. Salió de aquel puerto con el rumbo puesto a Francia en donde por su oficio de marinero buscó en las tabernas el trato con piratas, dándoles seguridad de conducirlos al puerto de Cartagena de Indias sin ser sentidos y sin riesgo de enfrentar soldados suficientes que les atajara el intento de un asalto. Pronto se armaron tres navíos con pedreros y cañones, mil hombres con trabucos, pólvora y perdigones.

Pero queriendo sacar doble provecho del pillaje, recalaron antes en la bahía de Santa Marta que estaba desprotegida y se la tomaron a saco. Los avecindados de allí se refugiaron en los montes de la Sierra Nevada. Como las autoridades también se dieron a la fuga y no hubo con quien tratar la suma de rescate que pedían para devolver intacta la ciudad, le prendieron candela hasta las cenizas.

De allí Baal puso proa a Cartagena, antes de que llegara allá la noticia de su reciente rapiña. Por coincidencia esa misma mañana se desposaba allí una hermana del propio gobernador Heredia con un capitán de milicias de apellido Mosquera. Por eso cuando la turba pirata entró en horas de la madrugada a la ciudad, y sus atabales y trompetas dieron la orden de asalto, los habitantes creyeron que era el comienzo de los festejos nupciales, y por eso no acudieron a la defensa de la ciudad. Mientras tanto el piloto Juan Álvarez se fue directo a la casa donde habitaba aquel Bejinés que lo había mandado azotar, y cuando éste salía presuroso atraído por los gritos y el estruendo de las armas de pólvora, quedó herido de muerte por la espada de Álvarez, quien añadió a su venganza las palabras: “Este pago ha de llevar quien sin razón afrenta a los buenos”.

En cuanto al gobernador Heredia, revestido de coracina hecha con pezuñas de vaca, lanza en mano, iba bajando la escalera de su casa donde se defendió con firmeza contra un escuadrón de piratas, mientras por el traspatio se descolgaban tapia afuera sus hermanas y sobrinas. Como pudo, él también logró escapar por allí a los montes vecinos.

Los piratas lograron maniatar a don Alonso de Heredia, un hermano del Gobernador, que se encontraba tullido por los maltratos que en prisión había sufrido en una visita de residencia (juzgamiento que se le hacía a un alto funcionario de la Corona después que ejercía sus funciones) que le había hecho el juez Juan de Badillo, hermano de aquel otro Badillo que incursionó con soldados por el Valle de Euparí.

También fue apresado el Obispo, Fray Francisco de Benavides, a quien sacaron de una letrina donde se había ocultado.

Por medio de estos prisioneros, el gobernador Heredia, negoció el rescate de la ciudad para evitar su incendio. Así el pirata Baal, entre los objetos de valor que pilló en las casas, más el precio del rescate, llevó unos doscientos mil pesos de buen oro.

No hubo depredación más allá que una sola muerte, la de Alonso de Bejinés, pues Baal, noble de cuna y de estilo, por voz de un pregón prohibió la violación de las mujeres, y antes recogió a las que no escaparon y las puso bajo la guarda del Obispo y de don Alonso de Heredia, el tullido hermano del gobernador don Pedro. Así fue el primer asalto de piratas a nuestras costas.
Por Rodolfo Ortega Montero

 

Columnista
11 marzo, 2017

Cronoquilla: Roberto Baal, el pirata

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Ortega Montero

Corría el año cristiano de 1544. Pedro de Heredia el fundador de Cartagena gobernaba por aquel entonces esa ciudad, ya anhelada por la codicia de los piratas, cuando sufrió el primer ataque de esos bandidos del mar, mandados en aquella ocasión por los franceses Roberto Baal y su segundo Jean Bautemps, que los españoles mal […]


Corría el año cristiano de 1544. Pedro de Heredia el fundador de Cartagena gobernaba por aquel entonces esa ciudad, ya anhelada por la codicia de los piratas, cuando sufrió el primer ataque de esos bandidos del mar, mandados en aquella ocasión por los franceses Roberto Baal y su segundo Jean Bautemps, que los españoles mal pronunciaban como “Baute”.

Todo vino a ocurrir porque un año antes de ese suceso, un lugarteniente de Heredia llamado Alonso de Bejinés, había mandado dar azotes a un piloto de navío llamado Juan Álvarez porque éste era acusado de haber cometido un real o supuesto delito. Este Álvarez quedó tan emperrado de odio que juró tomar venganza de tal Bejinés y de aquella ciudad donde lo habían tratado mal. Salió de aquel puerto con el rumbo puesto a Francia en donde por su oficio de marinero buscó en las tabernas el trato con piratas, dándoles seguridad de conducirlos al puerto de Cartagena de Indias sin ser sentidos y sin riesgo de enfrentar soldados suficientes que les atajara el intento de un asalto. Pronto se armaron tres navíos con pedreros y cañones, mil hombres con trabucos, pólvora y perdigones.

Pero queriendo sacar doble provecho del pillaje, recalaron antes en la bahía de Santa Marta que estaba desprotegida y se la tomaron a saco. Los avecindados de allí se refugiaron en los montes de la Sierra Nevada. Como las autoridades también se dieron a la fuga y no hubo con quien tratar la suma de rescate que pedían para devolver intacta la ciudad, le prendieron candela hasta las cenizas.

De allí Baal puso proa a Cartagena, antes de que llegara allá la noticia de su reciente rapiña. Por coincidencia esa misma mañana se desposaba allí una hermana del propio gobernador Heredia con un capitán de milicias de apellido Mosquera. Por eso cuando la turba pirata entró en horas de la madrugada a la ciudad, y sus atabales y trompetas dieron la orden de asalto, los habitantes creyeron que era el comienzo de los festejos nupciales, y por eso no acudieron a la defensa de la ciudad. Mientras tanto el piloto Juan Álvarez se fue directo a la casa donde habitaba aquel Bejinés que lo había mandado azotar, y cuando éste salía presuroso atraído por los gritos y el estruendo de las armas de pólvora, quedó herido de muerte por la espada de Álvarez, quien añadió a su venganza las palabras: “Este pago ha de llevar quien sin razón afrenta a los buenos”.

En cuanto al gobernador Heredia, revestido de coracina hecha con pezuñas de vaca, lanza en mano, iba bajando la escalera de su casa donde se defendió con firmeza contra un escuadrón de piratas, mientras por el traspatio se descolgaban tapia afuera sus hermanas y sobrinas. Como pudo, él también logró escapar por allí a los montes vecinos.

Los piratas lograron maniatar a don Alonso de Heredia, un hermano del Gobernador, que se encontraba tullido por los maltratos que en prisión había sufrido en una visita de residencia (juzgamiento que se le hacía a un alto funcionario de la Corona después que ejercía sus funciones) que le había hecho el juez Juan de Badillo, hermano de aquel otro Badillo que incursionó con soldados por el Valle de Euparí.

También fue apresado el Obispo, Fray Francisco de Benavides, a quien sacaron de una letrina donde se había ocultado.

Por medio de estos prisioneros, el gobernador Heredia, negoció el rescate de la ciudad para evitar su incendio. Así el pirata Baal, entre los objetos de valor que pilló en las casas, más el precio del rescate, llevó unos doscientos mil pesos de buen oro.

No hubo depredación más allá que una sola muerte, la de Alonso de Bejinés, pues Baal, noble de cuna y de estilo, por voz de un pregón prohibió la violación de las mujeres, y antes recogió a las que no escaparon y las puso bajo la guarda del Obispo y de don Alonso de Heredia, el tullido hermano del gobernador don Pedro. Así fue el primer asalto de piratas a nuestras costas.
Por Rodolfo Ortega Montero