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Columnista - 26 febrero, 2012

Crónica de una preclusión anunciada

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected]   El pasado viernes no pudo protocolizarse la solicitud de preclusión que la fiscalía seccional 23 pondrá a consideración del juez primero penal del circuito para archivar el proceso contra Silvestre Dangond, en razón de que el abogado defensor no pudo hacerse presente.  De todas formas y […]

Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

 

El pasado viernes no pudo protocolizarse la solicitud de preclusión que la fiscalía seccional 23 pondrá a consideración del juez primero penal del circuito para archivar el proceso contra Silvestre Dangond, en razón de que el abogado defensor no pudo hacerse presente.  De todas formas y con modestia lo digo, desde el pasado 16 de enero del 2011, ya este humilde togado lo había anunciado de la siguiente forma:
Todo depende del cristal con que se mire, hubiera dicho mi padre, al comentar los lamentables sucesos de fin de año en una caseta del vecino municipio de Patillal, donde, de manera que yo, modestamente, tildo de desprevenida y sin mala intención, nuestro joven artista Silvestre Dangond, ídolo de nuestros hijos y nietos, de forma fugaz, luego de darle los aguinaldos, tocó los genitales de un menor en la tarima donde se desarrollaba el espectáculo musical, y a la cual el menor se había, o lo habían subido, para compartir tarima con su “ídolo” y tener el “privilegio” de compartir micrófono entonando por unos segundos, parte de una melodía.
Cuántos niños de su edad, y aun menores, como mis nietos, no habrán sentido envidia, pero de la buena, por haber tenido esa escasísima oportunidad.  Si de algo podemos estar seguros, es que de no tratarse de Silvestre Dangond, para el Ex-magistrado auxiliar de la Judicatura, quien, sin que nadie se lo pidiera, se adelantó a decir a los medios de comunicación, que a título propio denunciaría al artista penalmente por abuso sexual con menor de catorce años.  Si así no hubiera sido, es decir, de haberlo hecho otro, el asunto hubiera pasado desapercibido;  y no porque los costeños seamos tolerantes o cohonestadores de la vulgaridad o de los atropellos o abusos con el menor.

No señores del altiplano y áulicos genuflexos del Arzobispo (llámese Procurador), lo que sucede es que, tal y como decía mi padre, apegado a su sabiduría popular: precisamente porque para analizar de fondo el asunto, primero hay que adentrarse en la evolución de las manifestaciones ancestrales y culturales del medio o región en donde se desarrolló la crianza del muchacho.  Con prudente inmodestia puedo, y me atrevo a decir (así me lluevan críticas de los falsos e hipócritas moralistas), que cuando este joven nació, creció y luego empezó a desarrollar su afición musical, acuñó en su lenguaje y en su mentalidad, lamentablemente así es en gran parte de nuestro medio, que quien se atreve o realiza osadas actuaciones que no cualquiera ejecutaría, es porque “tiene cojones” o “tiene t…” y esa verraquera tiene, desafortunadamente, representación gráfica en los genitales (trátese de un menor, de un adolescente, de un mayor, de un anciano, etc.)  Así lo era en Codazzi, desde la época de la bonanza algodonera, para cuando yo me desempañaba como Juez de Instrucción Criminal en la Capital Blanca de Colombia (llamada así por el algodón).

Así hay que verlo;  así hay que interpretarlo, y no aceptarlo, pero por lo menos, sí comprenderlo.  Tanto creo estar asistido por la razón, y sé que son muchos los que lo comparten.  Y eso que, entre otras chanzas propias de nuestro medio vernáculo y de particulares ancestros, también algunos utilizan el toque de otras partes de la anatomía, que se inventan de supuestos romances con progenitoras y progenitores, y parientes…  por favor, párenla ya interioranos…  Ya la abuela y la tía del niño declararon que no hubo morbo en el gesto de Silvestre, y que toda la polémica obedece a la, esa sí mala intención, de hacerle daño al artista.  Y si acaso fuera poco, tanto la Defensoría de Familia como la Psicóloga del Bienestar, luego de los exámenes e interrogatorios de rigor, han concluido que no existe en el menor ninguna clase de traumas ni secuelas.

Columnista
26 febrero, 2012

Crónica de una preclusión anunciada

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected]   El pasado viernes no pudo protocolizarse la solicitud de preclusión que la fiscalía seccional 23 pondrá a consideración del juez primero penal del circuito para archivar el proceso contra Silvestre Dangond, en razón de que el abogado defensor no pudo hacerse presente.  De todas formas y […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

 

El pasado viernes no pudo protocolizarse la solicitud de preclusión que la fiscalía seccional 23 pondrá a consideración del juez primero penal del circuito para archivar el proceso contra Silvestre Dangond, en razón de que el abogado defensor no pudo hacerse presente.  De todas formas y con modestia lo digo, desde el pasado 16 de enero del 2011, ya este humilde togado lo había anunciado de la siguiente forma:
Todo depende del cristal con que se mire, hubiera dicho mi padre, al comentar los lamentables sucesos de fin de año en una caseta del vecino municipio de Patillal, donde, de manera que yo, modestamente, tildo de desprevenida y sin mala intención, nuestro joven artista Silvestre Dangond, ídolo de nuestros hijos y nietos, de forma fugaz, luego de darle los aguinaldos, tocó los genitales de un menor en la tarima donde se desarrollaba el espectáculo musical, y a la cual el menor se había, o lo habían subido, para compartir tarima con su “ídolo” y tener el “privilegio” de compartir micrófono entonando por unos segundos, parte de una melodía.
Cuántos niños de su edad, y aun menores, como mis nietos, no habrán sentido envidia, pero de la buena, por haber tenido esa escasísima oportunidad.  Si de algo podemos estar seguros, es que de no tratarse de Silvestre Dangond, para el Ex-magistrado auxiliar de la Judicatura, quien, sin que nadie se lo pidiera, se adelantó a decir a los medios de comunicación, que a título propio denunciaría al artista penalmente por abuso sexual con menor de catorce años.  Si así no hubiera sido, es decir, de haberlo hecho otro, el asunto hubiera pasado desapercibido;  y no porque los costeños seamos tolerantes o cohonestadores de la vulgaridad o de los atropellos o abusos con el menor.

No señores del altiplano y áulicos genuflexos del Arzobispo (llámese Procurador), lo que sucede es que, tal y como decía mi padre, apegado a su sabiduría popular: precisamente porque para analizar de fondo el asunto, primero hay que adentrarse en la evolución de las manifestaciones ancestrales y culturales del medio o región en donde se desarrolló la crianza del muchacho.  Con prudente inmodestia puedo, y me atrevo a decir (así me lluevan críticas de los falsos e hipócritas moralistas), que cuando este joven nació, creció y luego empezó a desarrollar su afición musical, acuñó en su lenguaje y en su mentalidad, lamentablemente así es en gran parte de nuestro medio, que quien se atreve o realiza osadas actuaciones que no cualquiera ejecutaría, es porque “tiene cojones” o “tiene t…” y esa verraquera tiene, desafortunadamente, representación gráfica en los genitales (trátese de un menor, de un adolescente, de un mayor, de un anciano, etc.)  Así lo era en Codazzi, desde la época de la bonanza algodonera, para cuando yo me desempañaba como Juez de Instrucción Criminal en la Capital Blanca de Colombia (llamada así por el algodón).

Así hay que verlo;  así hay que interpretarlo, y no aceptarlo, pero por lo menos, sí comprenderlo.  Tanto creo estar asistido por la razón, y sé que son muchos los que lo comparten.  Y eso que, entre otras chanzas propias de nuestro medio vernáculo y de particulares ancestros, también algunos utilizan el toque de otras partes de la anatomía, que se inventan de supuestos romances con progenitoras y progenitores, y parientes…  por favor, párenla ya interioranos…  Ya la abuela y la tía del niño declararon que no hubo morbo en el gesto de Silvestre, y que toda la polémica obedece a la, esa sí mala intención, de hacerle daño al artista.  Y si acaso fuera poco, tanto la Defensoría de Familia como la Psicóloga del Bienestar, luego de los exámenes e interrogatorios de rigor, han concluido que no existe en el menor ninguna clase de traumas ni secuelas.