Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 17 octubre, 2017

Con ánimo de lucro

¿Qué tienen en común Enrique Peñalosa, un grupo de profesores del Cesar y 43 médicos colombianos? Todos están involucrados en casos de falsificación de títulos universitarios. A principios de año, Enrique Peñalosa fue denunciado ante la Fiscalía por aseverar, en su hoja de vida, un doctorado en Administración Pública que, supuestamente, habría realizado en Francia. […]

¿Qué tienen en común Enrique Peñalosa, un grupo de profesores del Cesar y 43 médicos colombianos? Todos están involucrados en casos de falsificación de títulos universitarios.

A principios de año, Enrique Peñalosa fue denunciado ante la Fiscalía por aseverar, en su hoja de vida, un doctorado en Administración Pública que, supuestamente, habría realizado en Francia. La noticia mojó prensa por varias semanas, en las cuales el mismo Peñalosa afirmó que “el tal doctorado no existe”. Hasta el sol de hoy, la denuncia duerme el sueño de los justos en alguna oficina de la capital.

Ocho meses después, en el Cesar, Agentes de la Fiscalía General de la Nación adelantaron una inspección judicial en las instalaciones de la Secretaría de Educación Departamental, dentro de la investigación que se adelanta por el supuesto cobro por ascensos a docentes en el escalafón y títulos falsos de profesores, tras una denuncia sobre presuntos actos de corrupción en el interior de esa dependencia. Entre las pruebas está una grabación donde una mujer le pide cinco millones de pesos a un docente para ascenderlo del grado 8 al 13 en el ranking magisterial, e insiste que “haga el esfuerzo, que vale la pena”. Según los medios de comunicación, sólo en el Cesar el número de casos de maestros con titulación falsa asciende a 15.

Días después de este escándalo regional, a un grupo de 43 médicos les fueron imputados los delitos de fraude procesal, falsedad en documento privado y concierto para delinquir. Las razones: títulos falsos de especializaciones en cirugía plástica. Nada más y nada menos que en cirugía plástica.

Todo esto no es más que la punta del iceberg de una realidad más compleja, preocupante y grave. Nuestro sistema educativo está atravesando una profunda crisis, producto de la corrupción que toca todos los estamentos e instituciones de nuestra sociedad, pero también resultante de una mentalidad mercantilista.

En alguna parte leí que las universidades se están concibiendo, hoy en día, como establecimientos donde se compran diplomas, olvidándose de la responsabilidad y obligación de la proyección social. Las carreras universitarias son los medios de producción de bienes y, aunque duela reconocerlo, el ánimo de lucro ha sustituido al don de servicio.

Este ánimo de lucro hace de los profesionales pequeños reyes Midas que empiezan a ver al prójimo como meros objetos y, en su afán de dinero, terminan deshumanizando todo lo que tocan.

Hemos olvidado que la educación no solo ocurre en las escuelas. El seno familiar y los primeros años de vida hasta la maduración, son el lugar y el tiempo donde deben nutrirse las competencias ciudadanas, los valores éticos y los principios morales de hombres y mujeres que luego tendrán la responsabilidad de convertir el mundo en un sitio mejor.

Nuestros líderes políticos están enfrascados en discusiones sobre la JEP, el Acuerdo de La Habana, el PIB, las próximas elecciones. Poco o nada tocan el tema de mejorar la educación y convertirla en el eje de una real transformación ciudadana. Se olvidan que el único camino para alcanzar la paz y una verdadera democracia es la formación integral; es dejar de medir el progreso con el rasero del crecimiento económico y adoptar paradigmas que fortalezcan el desarrollo humano.

Sé que estoy pidiendo demasiado, olvidaba que el pensamiento crítico y el desarrollo humano son peligrosos tanto para las castas que se eternizan en el poder, como para las élites que necesitan capacitación técnica y mano de obra barata.

Por Carlos Luis Liñán Pitre

 

Columnista
17 octubre, 2017

Con ánimo de lucro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
El Pilón

¿Qué tienen en común Enrique Peñalosa, un grupo de profesores del Cesar y 43 médicos colombianos? Todos están involucrados en casos de falsificación de títulos universitarios. A principios de año, Enrique Peñalosa fue denunciado ante la Fiscalía por aseverar, en su hoja de vida, un doctorado en Administración Pública que, supuestamente, habría realizado en Francia. […]


¿Qué tienen en común Enrique Peñalosa, un grupo de profesores del Cesar y 43 médicos colombianos? Todos están involucrados en casos de falsificación de títulos universitarios.

A principios de año, Enrique Peñalosa fue denunciado ante la Fiscalía por aseverar, en su hoja de vida, un doctorado en Administración Pública que, supuestamente, habría realizado en Francia. La noticia mojó prensa por varias semanas, en las cuales el mismo Peñalosa afirmó que “el tal doctorado no existe”. Hasta el sol de hoy, la denuncia duerme el sueño de los justos en alguna oficina de la capital.

Ocho meses después, en el Cesar, Agentes de la Fiscalía General de la Nación adelantaron una inspección judicial en las instalaciones de la Secretaría de Educación Departamental, dentro de la investigación que se adelanta por el supuesto cobro por ascensos a docentes en el escalafón y títulos falsos de profesores, tras una denuncia sobre presuntos actos de corrupción en el interior de esa dependencia. Entre las pruebas está una grabación donde una mujer le pide cinco millones de pesos a un docente para ascenderlo del grado 8 al 13 en el ranking magisterial, e insiste que “haga el esfuerzo, que vale la pena”. Según los medios de comunicación, sólo en el Cesar el número de casos de maestros con titulación falsa asciende a 15.

Días después de este escándalo regional, a un grupo de 43 médicos les fueron imputados los delitos de fraude procesal, falsedad en documento privado y concierto para delinquir. Las razones: títulos falsos de especializaciones en cirugía plástica. Nada más y nada menos que en cirugía plástica.

Todo esto no es más que la punta del iceberg de una realidad más compleja, preocupante y grave. Nuestro sistema educativo está atravesando una profunda crisis, producto de la corrupción que toca todos los estamentos e instituciones de nuestra sociedad, pero también resultante de una mentalidad mercantilista.

En alguna parte leí que las universidades se están concibiendo, hoy en día, como establecimientos donde se compran diplomas, olvidándose de la responsabilidad y obligación de la proyección social. Las carreras universitarias son los medios de producción de bienes y, aunque duela reconocerlo, el ánimo de lucro ha sustituido al don de servicio.

Este ánimo de lucro hace de los profesionales pequeños reyes Midas que empiezan a ver al prójimo como meros objetos y, en su afán de dinero, terminan deshumanizando todo lo que tocan.

Hemos olvidado que la educación no solo ocurre en las escuelas. El seno familiar y los primeros años de vida hasta la maduración, son el lugar y el tiempo donde deben nutrirse las competencias ciudadanas, los valores éticos y los principios morales de hombres y mujeres que luego tendrán la responsabilidad de convertir el mundo en un sitio mejor.

Nuestros líderes políticos están enfrascados en discusiones sobre la JEP, el Acuerdo de La Habana, el PIB, las próximas elecciones. Poco o nada tocan el tema de mejorar la educación y convertirla en el eje de una real transformación ciudadana. Se olvidan que el único camino para alcanzar la paz y una verdadera democracia es la formación integral; es dejar de medir el progreso con el rasero del crecimiento económico y adoptar paradigmas que fortalezcan el desarrollo humano.

Sé que estoy pidiendo demasiado, olvidaba que el pensamiento crítico y el desarrollo humano son peligrosos tanto para las castas que se eternizan en el poder, como para las élites que necesitan capacitación técnica y mano de obra barata.

Por Carlos Luis Liñán Pitre