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Columnista - 9 julio, 2016

Cloranfenicol para un acordeón

La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas. En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a […]

La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas.

En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a Diomedes Díaz, se reunía con frecuencia en la tienda de la señora Cenobia de Maestre, la esposa de Tobías, donde como en toda tienda de prestigio pueblerino se expendía whiskies exento de aranceles.

Desde Valledupar había llegado el acordeonero Alcides Moreno con su conjunto para amenizar la parranda de ese día. A las cuatro de la tarde Tobías Maestre, el anfitrión, destapó la primera botella para brindar con los invitados, entre ellos ‘El Negro’ Acosta, Jaime Gutiérrez, Gonzalo Sierra y Tobías Hinojosa.

Instalados en la puerta de la calle, se armó el alborotín en la vecindad cuando el juglar chiriguanero comenzó a estirar el fuelle y brindar lo mejor de su repertorio, al interpretar el paseo ‘La guayabalera’ de Isaac Carrillo, se lució en la ejecución, pero un pequeño accidente le impidió terminar la faena porque uno de los botones de la hilera de adentro del acordeón se partió y así la tecla desnuda mostraba una pieza punzante que hacía daño a los dedos del músico. Era una de las teclas utilizadas en el transporte del pata é gallina y aquello limitaba el toque de Moreno.

En busca de una solución para salvar el impase, Alcides observó una pequeña sección de farmacia que tenía la tienda con varias cajitas de pastillas de uso doméstico y comenzó a observarlas, pues allí podía estar la solución al encontrar una pepita que calzara en el hoyito del teclado protegiendo sus dedos al tocar.

Ensayó una marroncita de Bromoquinina, pero se partió fácilmente al presionarla, la de Veramon era muy pequeña al igual que la de Enterovioformo y un poco forzada entraba al espacio la de Cloranfenicol; con una pequeña navaja le desvanecieron algo los bordes y con un poquito de Cementoduco quedó listo el tres coronas.

El alborozo fue general, hasta en los curiosos allí presentes, cuando el conjunto arrancó nuevamente con el merengue de ‘La Junta pa´ La Peña’, pero después de dos piezas más, el sudor de la mano del acordeonero, mojó la pastilla y hasta allí llegó la alegría, afortunadamente el cantoncito de Cloranfenicol tenía diez grageas y el tubo de Cementoduco estaba enterito y así repitiendo la maroma avanzaba aquella parranda inolvidable.

En pleno jolgorio, sin saber de dónde, se presentó un borracho necio y belicoso amenazando con un revolver, haciendo que los bebedores entraran a la casa y cerraran la puerta, pero al sonar nuevamente el acordeón, el tipo montó en cólera y disparó contra la puerta de madera; el tiro alcanzó a Moreno de espaldas, perforándole la parte anterior de la pelvis, tirándolo al suelo. El borracho se voló y Alcides fue llevado en la Willis roja de Gonzalo Sierra hasta el hospital de San Juan, donde fue intervenido, quedando lesionado de por vida. Al salir de La Junta le dieron las dos últimas pastillas de Cloranfenicol que quedaban, tratando evitarle alguna infección. Quienes conocimos a Alcides Moreno, lo recordamos con su balanceo característico al caminar, producto del proyectil disparado por un irresponsablazo que hasta el presenta nadie sabe de quién se trataba.

Nunca en La Junta se consumió tanto cloranfenicol como en ese día, según el relato de José Luis Sierra, el fabricante de los acordeones Mileto, quien fue espectador de este curioso episodio.

Columnista
9 julio, 2016

Cloranfenicol para un acordeón

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas. En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a […]


La verdad es que suena bastante extraño el título de esta columna, pero en el historial parrandero del país vallenato han ocurrido cosas no solamente extrañas sino también insólitas.

En los albores del año 1969, un grupo de buenos parranderos en La Junta, el famosísimo corregimiento de San Juan del Cesar que vio nacer a Diomedes Díaz, se reunía con frecuencia en la tienda de la señora Cenobia de Maestre, la esposa de Tobías, donde como en toda tienda de prestigio pueblerino se expendía whiskies exento de aranceles.

Desde Valledupar había llegado el acordeonero Alcides Moreno con su conjunto para amenizar la parranda de ese día. A las cuatro de la tarde Tobías Maestre, el anfitrión, destapó la primera botella para brindar con los invitados, entre ellos ‘El Negro’ Acosta, Jaime Gutiérrez, Gonzalo Sierra y Tobías Hinojosa.

Instalados en la puerta de la calle, se armó el alborotín en la vecindad cuando el juglar chiriguanero comenzó a estirar el fuelle y brindar lo mejor de su repertorio, al interpretar el paseo ‘La guayabalera’ de Isaac Carrillo, se lució en la ejecución, pero un pequeño accidente le impidió terminar la faena porque uno de los botones de la hilera de adentro del acordeón se partió y así la tecla desnuda mostraba una pieza punzante que hacía daño a los dedos del músico. Era una de las teclas utilizadas en el transporte del pata é gallina y aquello limitaba el toque de Moreno.

En busca de una solución para salvar el impase, Alcides observó una pequeña sección de farmacia que tenía la tienda con varias cajitas de pastillas de uso doméstico y comenzó a observarlas, pues allí podía estar la solución al encontrar una pepita que calzara en el hoyito del teclado protegiendo sus dedos al tocar.

Ensayó una marroncita de Bromoquinina, pero se partió fácilmente al presionarla, la de Veramon era muy pequeña al igual que la de Enterovioformo y un poco forzada entraba al espacio la de Cloranfenicol; con una pequeña navaja le desvanecieron algo los bordes y con un poquito de Cementoduco quedó listo el tres coronas.

El alborozo fue general, hasta en los curiosos allí presentes, cuando el conjunto arrancó nuevamente con el merengue de ‘La Junta pa´ La Peña’, pero después de dos piezas más, el sudor de la mano del acordeonero, mojó la pastilla y hasta allí llegó la alegría, afortunadamente el cantoncito de Cloranfenicol tenía diez grageas y el tubo de Cementoduco estaba enterito y así repitiendo la maroma avanzaba aquella parranda inolvidable.

En pleno jolgorio, sin saber de dónde, se presentó un borracho necio y belicoso amenazando con un revolver, haciendo que los bebedores entraran a la casa y cerraran la puerta, pero al sonar nuevamente el acordeón, el tipo montó en cólera y disparó contra la puerta de madera; el tiro alcanzó a Moreno de espaldas, perforándole la parte anterior de la pelvis, tirándolo al suelo. El borracho se voló y Alcides fue llevado en la Willis roja de Gonzalo Sierra hasta el hospital de San Juan, donde fue intervenido, quedando lesionado de por vida. Al salir de La Junta le dieron las dos últimas pastillas de Cloranfenicol que quedaban, tratando evitarle alguna infección. Quienes conocimos a Alcides Moreno, lo recordamos con su balanceo característico al caminar, producto del proyectil disparado por un irresponsablazo que hasta el presenta nadie sabe de quién se trataba.

Nunca en La Junta se consumió tanto cloranfenicol como en ese día, según el relato de José Luis Sierra, el fabricante de los acordeones Mileto, quien fue espectador de este curioso episodio.