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Columnista - 27 mayo, 2017

Aníbal Velásquez en Valledupar

En el año 1961 llegó Aníbal Velásquez a Valledupar, invitado por su amigo Nelson Gnecco Cerchar, uno de los buenos parranderos de la época, quien festejaba su cumpleaños con el acordeonero que en estos momentos mandaba la parada en el gusto popular del Caribe Colombiano. Sus discos se vendían como pan caliente con los ritmos […]

En el año 1961 llegó Aníbal Velásquez a Valledupar, invitado por su amigo Nelson Gnecco Cerchar, uno de los buenos parranderos de la época, quien festejaba su cumpleaños con el acordeonero que en estos momentos mandaba la parada en el gusto popular del Caribe Colombiano. Sus discos se vendían como pan caliente con los ritmos nuevos que el imponía con su acordeón altanero, genial y de infinitos acordes.

Su gran admiración por la espléndida y cubanísima sonora matancera con sus guacharacas y boleros le mostraban a Aníbal un riquísimo espectro sonoro, que le dio cuerda para crear la guaracha en acordeón, fructificando así las inquietudes rítmicas que compartió con el fecundo Carlos Román cuando juntos militaron en el afamado grupo ‘Los Vallenatos del Magdalena’. A comienzos de los pasados años cincuenta.

Un poco más adelante, toma el danzón insignia nacional cubana y lo desarma cambiándole el ritmo por uno más movido que un cencerro ayudó a definir en complicidad con la guacharaca y la percusión e incorporándole letra, puesto que el tradicional danzón cubano es instrumental y produjo así el danzón al estilo Velásquez, tan colombiano como la cumbia y el mapalé.

Su hermano menor José, no se quedó quieto y fusionando el paseo vallenato con el bolero nos obsequió el pasebol, un ritmo de suave cadencia y románticos matices que ha tenido en Alfredo Gutiérrez su más brillante interprete y en Rubén Darío Salcedo su principal publicista.

Con un dominio absoluto del acordeón y con su oído privilegiado, Aníbal sigue siendo un artista sensacional en constante ebullición musical, que ha producido cualquier cantidad de ritmos de factura caribeña, la mayoría sin premeditación alguna, surgidos a veces de forma inesperada en estudios de grabación, donde el tamborileo de las cueros, con retretas de guacharaca y las bromas sonoras del acordeón, bajo el influjo de una chispa genial y creadora, le da vida a un ritmo nuevo, que con diferentes patrones y acentuaciones muy particulares le dan identidad a una alegre criatura que enriquece la música popular colombiana. Ritmos como el sucusun, el cundé, el tumbao el tikita y mucho más han surgido en esta forma.

Mucho más de medio del siglo después de aquella histórica venida de Aníbal Velásquez a Valledupar, nuevamente se encuentra aquí en el solar vallenato recibiendo el justo y merecido reconocimiento por parte de la Universidad Popular del Cesar y el Grupo de Investigación ‘La Piedra en el Zapato’ a su colosal obra musical, saboreada y celebrada por millones de colombianos que desde “faltan cinco pa´ las doce” hasta el “veinticuatro de diciembre” siguen brindando, bailando y llorando de alegría con sus vibrantes melodías y frenéticos ritmos, que lo muestran como el mago del acordeón, el sensacional y uno de los más sólidos pilares que sostienen el edificio de nuestra música vernácula. ¡Dios te guarde gigante!

Por Julio Oñate Martínez

Columnista
27 mayo, 2017

Aníbal Velásquez en Valledupar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

En el año 1961 llegó Aníbal Velásquez a Valledupar, invitado por su amigo Nelson Gnecco Cerchar, uno de los buenos parranderos de la época, quien festejaba su cumpleaños con el acordeonero que en estos momentos mandaba la parada en el gusto popular del Caribe Colombiano. Sus discos se vendían como pan caliente con los ritmos […]


En el año 1961 llegó Aníbal Velásquez a Valledupar, invitado por su amigo Nelson Gnecco Cerchar, uno de los buenos parranderos de la época, quien festejaba su cumpleaños con el acordeonero que en estos momentos mandaba la parada en el gusto popular del Caribe Colombiano. Sus discos se vendían como pan caliente con los ritmos nuevos que el imponía con su acordeón altanero, genial y de infinitos acordes.

Su gran admiración por la espléndida y cubanísima sonora matancera con sus guacharacas y boleros le mostraban a Aníbal un riquísimo espectro sonoro, que le dio cuerda para crear la guaracha en acordeón, fructificando así las inquietudes rítmicas que compartió con el fecundo Carlos Román cuando juntos militaron en el afamado grupo ‘Los Vallenatos del Magdalena’. A comienzos de los pasados años cincuenta.

Un poco más adelante, toma el danzón insignia nacional cubana y lo desarma cambiándole el ritmo por uno más movido que un cencerro ayudó a definir en complicidad con la guacharaca y la percusión e incorporándole letra, puesto que el tradicional danzón cubano es instrumental y produjo así el danzón al estilo Velásquez, tan colombiano como la cumbia y el mapalé.

Su hermano menor José, no se quedó quieto y fusionando el paseo vallenato con el bolero nos obsequió el pasebol, un ritmo de suave cadencia y románticos matices que ha tenido en Alfredo Gutiérrez su más brillante interprete y en Rubén Darío Salcedo su principal publicista.

Con un dominio absoluto del acordeón y con su oído privilegiado, Aníbal sigue siendo un artista sensacional en constante ebullición musical, que ha producido cualquier cantidad de ritmos de factura caribeña, la mayoría sin premeditación alguna, surgidos a veces de forma inesperada en estudios de grabación, donde el tamborileo de las cueros, con retretas de guacharaca y las bromas sonoras del acordeón, bajo el influjo de una chispa genial y creadora, le da vida a un ritmo nuevo, que con diferentes patrones y acentuaciones muy particulares le dan identidad a una alegre criatura que enriquece la música popular colombiana. Ritmos como el sucusun, el cundé, el tumbao el tikita y mucho más han surgido en esta forma.

Mucho más de medio del siglo después de aquella histórica venida de Aníbal Velásquez a Valledupar, nuevamente se encuentra aquí en el solar vallenato recibiendo el justo y merecido reconocimiento por parte de la Universidad Popular del Cesar y el Grupo de Investigación ‘La Piedra en el Zapato’ a su colosal obra musical, saboreada y celebrada por millones de colombianos que desde “faltan cinco pa´ las doce” hasta el “veinticuatro de diciembre” siguen brindando, bailando y llorando de alegría con sus vibrantes melodías y frenéticos ritmos, que lo muestran como el mago del acordeón, el sensacional y uno de los más sólidos pilares que sostienen el edificio de nuestra música vernácula. ¡Dios te guarde gigante!

Por Julio Oñate Martínez