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Columnista - 17 septiembre, 2017

A solas con Dios

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde la alegría”: Santa Teresa del Niño Jesús. El ser humano no sólo ha descubierto detrás de la perfección de los seres que le rodean […]

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde la alegría”: Santa Teresa del Niño Jesús.
El ser humano no sólo ha descubierto detrás de la perfección de los seres que le rodean y de sí mismo la presencia de un ser supremo, sino que se ha preocupado además por entrar en contacto con ese ser supremo y ganarse su favor. Los sacrificios, las ofrendas y los ruegos son manifestación de ello. Dejando a un lado el tema de los sacrificios y de las ofrendas, dedicaremos estas líneas a discurrir brevemente sobre la oración, no sin antes mencionar que ella está presente en todas las religiones como un intento de diálogo con aquél que trasciende el campo de lo meramente material.

En primer lugar es necesario mencionar que el Cristianismo no considera la oración como un intento del hombre por alcanzar a Dios, sino más bien como una respuesta humana al Dios que se ha dado a conocer. Todo parte de la revelación divina. También hemos de evitar considerar la oración como la lectura de un pliego de peticiones a una instancia superior. La oración es ante todo contacto, intimidad, cercanía, certeza, amistad, confianza absoluta en quien es nuestro Creador y Padre. Santa Teresa en una bella definición nos dirá: “Orar es estar a solas con quien sabemos nos ama”. Comprendemos que delante de Dios estamos tal cual somos, desnudos, sin apariencias; Él conoce lo más profundo de nosotros y nada le podemos ocultar, sabe de nuestros temores y necesidades, de nuestros errores e intenciones. Estar a solas con Él y en completa actitud de dependencia implica fundirnos en su infinito e incondicional amor. De niños nos han dicho una gran mentira: “si eres bueno Dios te quiere, pero si eres malo no”. El amor de Dios no es algo que podamos ganar con nuestros actos por muy buenos que sean, el amor de Dios es un regalo inmerecido que simplemente recibimos: “Si eres bueno Dios te quiere y si eres malo ¡también!”. ¿Cómo no estar a solas con quien sabemos nos ama así?

La oración es un diálogo confiado en el que a Dios hablamos y escuchamos a Dios, un diálogo en ocasiones sin palabras y marcado no pocas veces por la dificultad, un diálogo cuyo principal objetivo no es convencer a Dios de que haga nuestra voluntad, sino convencernos de que hacer la voluntad de Dios será siempre lo mejor. La oración debe brotar del corazón y no ser simplemente un conjunto de palabras sin alma que repetimos ‘porque sí’, oración humilde que exprese nuestra conciencia de ser nada y de encontrarnos frente a quien lo es todo, oración confiada como las palabras de un hijo a su padre, oración perseverante y de fe.

La oración nos permite entrar en comunión con Dios y gozar de su presencia, afrontar las dificultades de la vida con entereza y con fe, vivir los triunfos y las alegrías más profundas con actitud agradecida, desgajar ante el Señor nuestros dolores y angustias, someter nuestros planes a la voluntad de quien todo lo sabe, pedir y alcanzar el perdón de nuestras faltas, alcanzar a tocar el absurdo de lo imposible, porque la oración es la debilidad de Dios.

Por Marlon Javier Domínguez

 

Columnista
17 septiembre, 2017

A solas con Dios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde la alegría”: Santa Teresa del Niño Jesús. El ser humano no sólo ha descubierto detrás de la perfección de los seres que le rodean […]


“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde la alegría”: Santa Teresa del Niño Jesús.
El ser humano no sólo ha descubierto detrás de la perfección de los seres que le rodean y de sí mismo la presencia de un ser supremo, sino que se ha preocupado además por entrar en contacto con ese ser supremo y ganarse su favor. Los sacrificios, las ofrendas y los ruegos son manifestación de ello. Dejando a un lado el tema de los sacrificios y de las ofrendas, dedicaremos estas líneas a discurrir brevemente sobre la oración, no sin antes mencionar que ella está presente en todas las religiones como un intento de diálogo con aquél que trasciende el campo de lo meramente material.

En primer lugar es necesario mencionar que el Cristianismo no considera la oración como un intento del hombre por alcanzar a Dios, sino más bien como una respuesta humana al Dios que se ha dado a conocer. Todo parte de la revelación divina. También hemos de evitar considerar la oración como la lectura de un pliego de peticiones a una instancia superior. La oración es ante todo contacto, intimidad, cercanía, certeza, amistad, confianza absoluta en quien es nuestro Creador y Padre. Santa Teresa en una bella definición nos dirá: “Orar es estar a solas con quien sabemos nos ama”. Comprendemos que delante de Dios estamos tal cual somos, desnudos, sin apariencias; Él conoce lo más profundo de nosotros y nada le podemos ocultar, sabe de nuestros temores y necesidades, de nuestros errores e intenciones. Estar a solas con Él y en completa actitud de dependencia implica fundirnos en su infinito e incondicional amor. De niños nos han dicho una gran mentira: “si eres bueno Dios te quiere, pero si eres malo no”. El amor de Dios no es algo que podamos ganar con nuestros actos por muy buenos que sean, el amor de Dios es un regalo inmerecido que simplemente recibimos: “Si eres bueno Dios te quiere y si eres malo ¡también!”. ¿Cómo no estar a solas con quien sabemos nos ama así?

La oración es un diálogo confiado en el que a Dios hablamos y escuchamos a Dios, un diálogo en ocasiones sin palabras y marcado no pocas veces por la dificultad, un diálogo cuyo principal objetivo no es convencer a Dios de que haga nuestra voluntad, sino convencernos de que hacer la voluntad de Dios será siempre lo mejor. La oración debe brotar del corazón y no ser simplemente un conjunto de palabras sin alma que repetimos ‘porque sí’, oración humilde que exprese nuestra conciencia de ser nada y de encontrarnos frente a quien lo es todo, oración confiada como las palabras de un hijo a su padre, oración perseverante y de fe.

La oración nos permite entrar en comunión con Dios y gozar de su presencia, afrontar las dificultades de la vida con entereza y con fe, vivir los triunfos y las alegrías más profundas con actitud agradecida, desgajar ante el Señor nuestros dolores y angustias, someter nuestros planes a la voluntad de quien todo lo sabe, pedir y alcanzar el perdón de nuestras faltas, alcanzar a tocar el absurdo de lo imposible, porque la oración es la debilidad de Dios.

Por Marlon Javier Domínguez